lunes, 17 de septiembre de 2012

No estoy segura

No estoy segura de querer vivir en un país donde la mitad de sus habitantes celebra todo lo malo que, en lo personal, le suceda a la otra mitad,  aun  siendo yo parte a veces de estos malos deseos.
No estoy segura de querer vivir en un país donde si denuncias despidos y recortes de plantillas en medios para los que trabajas o colaboras, te mandan a la calle, sin pudor y con insultos y amenazas, cercenando la libertad de expresión.
No estoy segura de querer vivir en un país en el que la gente busca comida en la basura y la comparte con quienes menos tienen, algo cada día más visible en nuestras calles. Un país en el que la solidaridad entre trabajadores no existe, porque siempre nos resulta más fácil agredir al que hace huelga que al que causa la huelga con sus desmanes.
No estoy segura de querer vivir en un país en el que miles de jóvenes no pueden terminar sus estudios, porqué las tasas han subido de precios y las mayoría de las becas se han eliminado, acabando así con la posibilidad del acceso a todos a la educación.
No estoy segura de querer vivir en un país que niega visas a estudiantes, en función de cómo sean las relaciones diplomáticas en ese momento y que intereses económicos defiendan estas, no quiero vivir en un país que olvida su historia y se echa a pelear como perros rabiosos con Latinoamérica y África, dejando solo a parte de Europa como referente vital.
No estoy segura de querer  vivir en un país  en él que me puedo encontrar sentada en autobús en el que vienen inmigrantes senegaleses hablando de sus cosas y escuchar como un españolito soberbio les llama la atención diciéndoles que en España se habla español, porqué él no sabe si están hablando de poner una bomba robar a la gente (esto es verídico, lo escuché ayer domingo cuándo venía de la playa).
No  estoy segura de querer  vivir en un país que deja desatendido a dependientes que necesitan ayudas, a mayores que pasaron toda una vida trabajando para disfrutar de su jubilación, a inmigrantes que finalmente, solo vienen a enriquecernos, económica, personal y culturalmente.
No  estoy segura de querer  vivir en un país en el que pedir disculpas solo es válido para un monarca impuesto cuya trayectoria apesta y no es válido para quien permanece de manera injusta en la cárcel, sin más delito que ejercer la libertad de expresión. No quiero vivir en un país en el que se distingue y justifica la violencia según desde el poder que se ejerza.
No estoy segura de querer  vivir en un país en el que impera la doble moral y lo correctivo, donde hombres que gobiernan se creen con derecho a decidir por las mujeres, donde una iglesia abusadora y soberbia se permite el lujo de decirnos que hacer con nuestras vidas, haciendas y cuerpos sin predicar con el ejemplo.
No estoy segura de querer  vivir en un país anestesiado, paralizado, con el miedo por ideología, junto con la resignación. No estoy segura de querer vivir en un país triste, que pone triste a gente que quiero. No estoy segura de querer vivir  en un país desesperanzado y sin libertad. No estoy segura de querer vivir en este país llamado España, porque todo esto sucede aquí.
¿Qué podemos hacer? Ni idea, no encuentro respuestas, solo se lo que no quiero, que no es poco. Se admiten sugerencias.

2 comentarios:

  1. OLE tus ovarios amiga. Yo si que estoy segura de la suerte que he tenido de conocerte y de los buenos café con galletas de tu madre losdomingos por la tarde . Un besazo

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  2. Qué jodido. Y yo que vivo en Argentina, el país más polarizado del mundo. La moral ambivalente de la clase alta muchas veces propone todo esto que te hace dudar de querer vivir donde vives. Vivimos regidos por un egocentrismo. Si se saca dinero de los impuestos para impulsar políticas que favorezcan a las clases subalternas, bueno, el contribuyente pondrá el grito en el cielo porque él "trabaja" y quien nació jodido, bueno, nació jodido, mala suerte. Aquí hay un claro problema de empatía. Nadie quiere ponerse DE VERDAD en el lugar del otro. Es simple verbalizar, decir "pobrecito" y compadecerse, pero cuando se toca el órgano más sensible del ser humano, el bolsillo, bueno, ahí las cosas cambian radicalemente.

    Mientras no comprendamos que el cambio es antropológico, y comienza en uno, en sus entrañas, todo seguirá igual. Hay días en los que me siento apocalíptico, y otros en los que creo que es posible.

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