martes, 28 de julio de 2015

Lucas y yo

“Tita ¿porqué tu quieres más a Victoria? No cariño, no quiero más a Victoria, salvo que es la única niña sobrina que tengo y eso la convierte en especial, yo os quiero a todos mucho.

Además ¿sabes una cosa? También tu eres especial, no sólo soy tu tía, también soy tu madrina. Y ¿porqué eres mi madrina? Porque tus padres me lo pidieron cuando ibas a nacer y yo, feliz, dije que sí. Incluso quería que te pusieran de nombre Marcos o Nicolás. Y ¿porqué Marcos? por el subcomandante, ¡estás loca tita!. Y ¿Nicolás? Porque es mi nombre de hombre favorito, si hubiera tenido un hijo, le habría llamado así. Ya, pero no tienes hijos, aunque si tienes muchos sobrinos y un sobrino ahijado (sonríe con los ojos al decirlo).

¿No te gusta que sea tu madrina? Sí tita, a mí me gustan todas las titas, Marta, Mari Carmen, todas (y extiende las manos todo lo que da su cuerpo para enfatizar el todas). Ser tu madrina te convierte en mi ahijado, ¿entonces soy dos cosas para ti? claro! igual que yo soy dos cosas para ti, eso mola tita (y sonríe mostrando toda la dentadura).

Al rato nos bañamos con su primo Martín, que es más pequeño y cuando su madre lo saca del agua para merendar, lo que sigue.

Venga Lucas, vamos a merendar, salgamos un rato del agua, no tita, un poco más. No Lucas, hay que merendar, si, pero tienes que quedarte un poco más conmigo porque eres mi tía y mi ¿cómo me has dicho?, madrina hijo, eso madrina (y lo dice sonriendo, consciente de la ventaja).”

viernes, 24 de julio de 2015

Desnuda

"Árbol de la esperanza, mantente firme" Frida Kalho

El cansancio y el estrés siempre se cobran un precio, y casi siempre físicamente. El precio que he pagado yo a estas alturas del año ha sido un labio reventado, roto, una semana así. Una semana molesta y por momentos, dolorosa, es el tiempo que pasas entre que empiezas a notar que viene la hinchazón, que se rompe y finalmente, cicatriza.

No recuerdo haber salido de mi casa en los últimos treinta años con los labios sin pintar. Me apasiona el rojo, lo llevo cuando estoy bien y cuando estoy mal, para darme fuerzas; a veces descubro a hombres que me miran los labios cuando los llevo de ese color. También me gusta el color vino tinto, el violeta y algunos tonos marrones. Es fundamente que tus labios no desentonen con la ropa que llevas puesta, de lo contrario parecerá que te has puesto el museo del Prado encima. A veces solo me pongo brillo, sobre todo los fines de semanas y para asuntos más relajados como ir al mercado, a pilates, o a pasear. Incluso para estar en casa, nunca hay que perder el glamour, es uno de mis lemas. Si vas a ponerte a leer una novela que te encanta, si aparece Sean Penn o Benicio del Toro en la pantalla, hasta si vas a cocinar algo rico.

Quienes me conocen saben que siempre digo que el día que me vieran con los labios desnudos sería el fin o casi. Significaría que ya no va más, que me he rendido, que hasta aquí llegamos. Hasta que toca una semana como ésta y te das cuenta que lo que pensabas ayer, no vale para hoy. Llevo toda una semana sin pintarme los labios. Me pongo el bálsamo y salgo a la calle, desnuda; porque así es como he sentido siempre que sería no usar carmín. Desnuda dentro y fuera.

Y no importa, los cincuenta años son así. Estoy aprendiendo a vivir con las canas, con las arrugas del pecho, con las ojeras (que ni la milagrosa crema del Mar Muerto eliminan) con las carnes cada vez menos tersas, con los labios desnudos. Y sin ti. 

lunes, 20 de julio de 2015

De lo sensual

Siempre he tenido una relación especial con el agua, quizás por eso fantaseo con la idea de ser sirena. Tengo en mi mente grabada escenas de películas como De aquí a la eternidad, donde Burt Lancaster se marcan una escena en la playa que fue muy escandalosa en su tiempo, o a Bo Derek, saliendo hermosa y radiante con la ropa pegada al cuerpo en ese bodrio infumable, llamado 10 (la mujer perfecta) en incluso esa Carmen Maura disfrutando bajo una manguera en La ley del deseo de Pedro Almodóvar.

Nunca me molestan las personas en la playa, la playa es de todos, pero sé dónde buscar tranquilidad cuando eso es lo que deseo; arena, mar y yo.

Y es ahí, donde puedo soñar despierta.

Ella, durante su paseo por la playa se ha cruzado con unos ojos oscuros que corresponden a un hombre atractivo. Se han mirado, se han reconocido y han seguido su camino. Ella siente su mirada en la piel y espera que él esté sintiendo lo mismo. Al volver del paseo, ella va hacia su toalla, se quita las gafas de sol y se dispone a adentrarse en el mar. Su cuerpo brilla del sudor. Al llegar a l orilla, el hombre viene de vuelta, ella lo mira y camina mar adentro.

El agua no está fría, lo suficiente para refrescar y que la piel se ponga erizada y los pezones duros, es instintivo, no tiene nada que ver con el sexo, piensa ella. Se sumerge varias veces, disfrutando del agua, del baño, de su cuerpo fresco, de no ver a casi nadie alrededor.

Una de las veces que sale del agua, su cuerpo choca con otro. El hombre. Ha entrado en el agua sin que ella se diera cuenta. Él la mira fijamente, las pestañas, como las suyas, llenas de agua, el pelo brillante y mojado y los ojos oscurecidos por el deseo; sin decir nada, la toma por la cintura y la pega a su cuerpo, ella siente toda su hombría en tensión y empieza a sentir un hormigueo entre sus piernas. Ninguno de los dos parece tener prisa.

Coge sus piernas y las pone en torno a su cintura, ella, por instinto, lo abraza por el cuello, se miran un tiempo, entre ellos no pasa ni la espuma de las olas.

En cambio, el balanceo de estas, hace que sus cuerpos se toquen y se disfruten, no es fácil mantener el equilibrio y a pesar del agua, el roce los enciende. Él pasa una lengua por sus labios. Como queriendo probar la sal, ella se estremece y abre su boca queriendo atrapar su lengua, hacerla suya como si la vida dependiera de ese instante. Mientras unos dedos recorren su espalda y sus pechos, los de ella se enredan en su pelo, palpan su cara, bajan por el cuello, los hombros.

Las piernas de ella parecen tener vida propia y sin querer soltar su cintura, buscan la manera de que su pene duro encuentre el camino a casa. El hombre no parece pensar lo mismo y juega, hace como se acerca y se aleja, ella, incluso en el agua, se siente muy caliente, y no es la única. De pronto, el hace un trayecto con sus dedos que va desde el cuello, bajando por el pecho, rodea los pezones erguidos y juega con ellos, primero, uno y luego otro, levanta la cabeza, sonríe y se hunde el agua para lamerlos con su boca, a ella se le escapa un pequeño grito de placer.

Al salir del agua ella aprovecha para coger su pene con sus manos y si dejar de mirarlo fijamente a los ojos, deja correr su mano, arriba, abajo, juguetea con la punta, vuelve a masajearlo, arriba, abajo. A él se le escapa un gemido, pero ella no está dispuesta a no jugar. Lleva sus manos sobre el cuerpo de ella, intentando controlarse. Cuando la respiración de ambos se hace más agitada, ella lo suelta y vuelve a rodear su cintura con las piernas. Se miran y saben que no es tiempo de seguir jugando. Ella lo quiere dentro y él se la quiere follar.

De pronto, toma las piernas de ella, las separa un poco de su cintura y las pone a la altura de su pene muy duro. Entra en ella y ella enrosca las piernas en torno a su cuerpo para que no se escape jamás, quiere quedarse a vivir ahí. Quieren quedarse a vivir ahí. Casi sin respiración sienten que encajan perfectamente que todo está en su lugar. Se besan apasionadamente, sus cuerpos muy pegados, por todos los lugares donde se puede estar pegados.

Intercambiando besos empiezan a moverse al ritmo de las olas, eso hace que ella lo sienta entrar, salir y jugar como si estuviera en casa, mientras el sexo de ella juega a atraparlo para que no escape. Ahora es ella, la que rodeando su cintura aún más fuerte con sus piernas, juega a subir y bajar sobre él, como una sirena amazona. Cualquiera que hubiera pasado por allí y los hubiera visto, habría sabido perfectamente lo que estaba sucediendo bajo el agua.

Él la sujeta fuerte porque  ya no resiste más, quiere correrse y quiera que ella lo haga también. Cuando la tiene bien sujeta, la besa en el cuello y empieza a moverse rápido, siente como ella contrae sus paredes vaginales entorno a su pene de puro placer. En ese momento se encaja perfectamente y se corre, ella lo abraza con todo su cuerpo sintiendo mucho calor por dentro. Ambos respiran agitados, abrazados, sostenidos por las olas, pues las piernas no responden. Se besan. Una y otra vez. Se miran y sonríen. Ambos sostienen la cara del otro y se miran a los ojos.


Se separan, se miran, no dicen nada. Él sigue su camino hasta su toalla, ella camina hacia su toalla. Y duerme.