miércoles, 24 de febrero de 2016

Pedagogía de la bruta

A veces mi jornada de trabajo ofrece posibilidades nunca imaginadas.

Un alumno que quiere hacer una estancia de investigación en una universidad latinoamericana, a ser posible de un país seguro (¡menudo concepto!) y alguien la ha contado de mi estancia en la universidad Austral de Chile, en Valdivia, viene y pregunta; pregunta todo, respondo a todo, le digo que en algunos países latinoamericanos hay muchos españoles y españolas trabajando, que allí nos tratan humanamente mejor que nosotros a ellos aquí  y le animo a irse casi aplaudiéndole.

Una alumna cubana tiene una visa de estancia en España para tres meses, es un visado tipo C. Igual no se entiende pero que un visado sea C o D puede significar que puedas renovarlo en España o no; y el de ella no se puede renovar. Es una buena persona que está acostumbrada a formar parte del aparato vigilante de su trabajo en Cuba y eso a veces la convierte en alguien inaccesible; dan ganas de abrazarla. Ella no entiende porque le han dado una visa de turista (yo tampoco, pero eso es otra triste historia) cuando lo pidió de estudios y porque solo le han dado noventa días cuando la fase presencial del máster finaliza en junio. Con más paciencia de la que tengo habitualmente y tengo mucha, le explico el reglamento de la ley de extranjería, le explico que en embajadas y consulados españoles en el exterior no todas trabajan igual y que no hay una directriz del ministerio de asuntos exteriores que cumplir y que en realidad este gobierno que tenemos da visas limitadas porque no quiere que nadie venga o se quede según de que países sean, no entiende la actitud de los trabajadores de la embajada, yo tampoco. Ella dice que ha escrito al ministerio de educación y que de este le han dicho que se dirija al de asuntos interiores y no entiende porqué; le explico que las visas se otorgan a través del ministerio de asuntos exteriores pero que su gestión depende del ministerio del interior porque es de quien depende la oficina de extranjería; oficina a la que ha ido y le han dicho que su visa no se puede renovar.

Me cuenta que no quiere quedarse ilegal y le explico que ninguna persona se queda ilegal porque ninguna persona es ilegal, que las personas tienen los documentos en regla o no, y que entonces se les podría llamar indocumentadas pero nunca ilegales; que la razón por la que quiere quedarse es para presentar su trabajo fin de máster de manera presencial porque la opción de hacerlo de manera virtual en Cuba es casi inviable, que no existe tecnología para eso, yo, que he estado en Cuba varias veces pienso para mí que sí, que es algo tremendamente complicado. Y no sabe qué decisión tomará, qué si yo podría decirle cómo actuar y le digo que estaría bien que Fidel Castro llamara a Mariano Rajoy y le pidiera el favor, que no veo otra posibilidad, que legal no la hay, ella se declara dispuesta a no rendirse y yo aprovecho para contarle que este gobierno que tenemos es muy racista y que por eso actúan así, que con la excusa de la crisis no quiere que vengan inmigrantes, que de hecho están felices de que seamos los españoles quienes tengamos que emigrar, me dan ganas de abrazarla y le sonrío.

Luego viene C; C es mi alumno de Guinea Ecuatorial (aunque no me gusta el sentido de posesión, le digo mi por la ternura que me produce), a veces lo cruzo por el patio y le digo “no vas a verme ¡umm!", entonces sonríe y dice “ya iré a verte cuando tenga problemas” y aquí está. Cuando llega le pregunto ¿qué problema hay? Me lo cuenta y en realidad no tiene tal problema, ha hecho uno donde no lo hay, se soluciona enseguida. Le pregunto si han salido de viaje algún fin de semana y dice que sí, que el sábado fueron por la noche a Huelva, "¡andando!" le digo y contesta "!no, en bus!" me echo a reír porque él ha pensado que le he preguntado, le cuento que he exclamado, “aún no entiendo muy bien como hablan los andaluces” me suelta. Sonríe y se va, hasta el próximo problema.

A la hora de salir pregunto a una compañera que como lleva una operación en la boca y que si finalmente ha conseguido para esta mejor precio que el primero que le dieron, y sí, lo ha conseguido más barato; mientras otra compañera dice “claro les pagan las operaciones a los mariquitas y no pagan los dentistas”, así que me veo obligada a explicarles que las operaciones que son en la sanidad pública son a personas transexuales porque viven en un cuerpo que no es suyo, que los mariquitas son otra cosa y que me parece muy bien que se puedan operar. Bufa.

Y con esto y un bizcocho, hasta mañana a las ocho.


viernes, 19 de febrero de 2016

Las salas (de espera)

Esta semana he tenido que ir dos días a distintos hospitales de Huelva; la primera cita era el martes por la mañana, debía hacerme una analítica y la cita era a las nueve cincuenta. Como hay que ir en ayunas, salí de casa a las nueve siendo mala persona, compré El País y tome el bus para el hospital, pensando como siempre que si llego antes de la hora, antes acabaré y antes podre irme, nunca es así. Cuando llego hay como setenta personas que han debido pensar lo mismo que yo, las citas van con retraso, entrego mis papeles y encuentro un hueco para sentarme. Saco el periódico, ya nadie lee periódicos ni libros en las esperas, todos miran el teléfono y algunos niños juegan con sus maquinas, suspiro con un poco de tristeza y siento que la rara soy yo.

Hay de todo, mujeres embarazadas, personas mayores, adolescentes, niños como ya he dicho y a pesar de los letreros diciendo que se apague el móvil, a cada momento suena la llegada de mensajes y aún así, conforme pasan los minutos el ruido de las voces se va elevando hasta que llega un momento que una enfermera pide silencio. No entiendo eso de tener que hablar en voz alta, todo el rato, en cualquier lugar.

Me gusta que a los niños que llegan,  la enfermera que los atiende les da un chupahups les endulza la espera y me parece bien, de pronto uno de los niños se echa a llorar, la enfermera no le ha dado el suyo por despiste y el niño le dice a su madre que se lo pida, finalmente se acerca él y vuelve a sentarse feliz. Una hora después salgo del hospital salgo del hospital con menos sangre de la que llevaba al llegar y siendo muy mala persona; la ausencia de café me convierte en eso.

La segunda cita fue el jueves por la tarde en otro hospital, también llego poco antes de la cita con la misma esperanza del día anterior, y no. En esta sala de espera hay menos personas, también ruidosas. Me llama la atención un chico que no levanta la mirada del teléfono ni para responder al saludo, debe ser porque tiene el sonido del mismo puesto para todo el hospital. A mi lado una pareja que todo el rato se coge de las manos y él le pregunta hasta tres veces si está bien allí y si lo quiere, yo creo que están empezando y sonrío.

Más tarde de la hora citada avisan para hacerme un electro, ponen sobre mi cuerpo todos esos parches y esas pinzas de colores que me fascinan y todo sale bien; cuando salgo hay menos personas en la sala de espera pero con más prisas. El chico del teléfono para todo el hospital ni se ha movido, cuando lo hace se da cuenta que quien ha llegado después de él ya han salido, pregunta y le toca.

La siguiente soy yo, una hora después de la de la cita; me atiende un médico muy repeinado, estrecha mi mano al entrar y pregunta y pregunta, una de estas es “¿se levanta usted tosiendo y mal por la mañana?”, no, le respondo, me levanto feliz, y me mira como si no entendiera, quiero decir que aunque a veces cuesta salir de la cama para mí no es especialmente difícil y que tengo más problemas para salir de la modorra de la siesta, cuando hago siesta.

Hay una enfermera también en la consulta. Momentos antes le había preguntado si iba a tardar mucho y ella dijo “¿eres María Victoria?” al responderle que sí ha sonreído, con esas sonrisas que llegan a los ojos, las que son de verdad “ahora vas tú, hay dos personas que no han venido y si vienen, tendrán que esperar” y he podido ver que es guapa a rabiar, que en su rostro destacan los ojos y que parece feliz haciendo su trabajo. Salgo de la consulta y le digo a la enfermera que es guapísima, ella da las gracias y sonríe.

jueves, 11 de febrero de 2016

Últimamente...

"Soy siempre yo misma, ¡pero con seguridad no seré la misma para siempre!" Pensamiento de Clarice Lispector

Sigue habiendo demasiados hombres y mujeres a quienes no les gusta que las mujeres mayores tomen decisiones libremente, que piensen y decidan sin necesidad de que lo hagan por ellas. Últimamente dos noticias relacionadas con las mujeres me han llamado la atención, no soy la única, aunque no ha sido muy comentadas, ya sabemos que hoy lo que prima es la rapidez de la noticia, esperar la siguiente y además estamos inmersos en la apasionante mediocridad de nuestro ombligo, perdón, quería decir nuestro país.

La primera fue una crítica por parte de un conocido periodista  de una televisión estadounidense, Piers Morgan,  sobre lo inapropiado del atuendo de Susan Sarandon  en una entrega de premios. Según este señor la actriz con 69 años iba, con un gran y elegante escote, inapropiada a dicha gala porque ella era una de las participantes en el tributo a David Bowie y el atuendo le parecía frívolo, olvidando que probablemente al homenajeado le hubiera encantado. Ella actúo con mucho amor y días después le tuiteo una foto en sujetador creo que de la película Los Búfalos de Durham.  En realidad lo que molestó a este tipo es que una mujer con esa edad se atreva a lucir los encantos que mantiene, que lo haga con seguridad  y que no se quede encerrada en casa. Qué haga uso de su libertad. Susan Sarandon es justo la mujer que yo querría ser de mayor. Aquí la foto de la Sarandon ese día y una mía, por solidaridad, que tiene su historia; hace unos días me dijeron "con lo bien que estás, soltera, tó lo que ganas es pa ti ¿porqué no te operas pa quitarte esas arrugas?" y mi respuesta fue "porqué no te operas pa no decir tonterías".



La segunda tiene que ver con la campaña electoral estadounidense que yo sigo apasionadamente siempre en esa relación de amor-odio que tengo con los Estados Unidos, en realidad más amor que odio por muchas razones. Como todos sabemos Hillary Clinton es una de las candidatas del partido demócrata en la pelea por la nominación para ser presidenta y que hasta el momento está siendo vapuleada por su contrincante en la contienda, el gran Bernie Sanders; como consecuencia de esto el pasado martes una conocida feminista, Gloria Steinem (de una trayectoria irreprochable), declaró que las chicas jóvenes norteamericanas no apoyan a Hillary porque con Bernie hay muchos chicos y más guapos y por eso hacen campaña con él.

No es que las mujeres estés mejor informadas y capacitadas para reconocer en Sanders una verdadera ideología de izquierda, no; no es que los hombres que siguen a Sanders sean más atractivos intelectualmente, no; es que son guapos y ellas tontas. Y perdonadme que lo dude, porque hasta yo, que soy mujer considero que Bernie Sanders es mejor candidato para los Estados Unidos y para el mundo; porque hasta yo, que soy la más frívola del planeta, pienso que con el trabajazo que tiene una campaña electoral, porque no hacerlo en un ambiente sensual intelectual y físicamente.

Como mujer Hillary Clinton me valdría si cuando su marido le puso los cuernos y todo el planeta lo supo, lo hubiera mandado a la mierda, porque lo que ella hizo fue enviar a las mujeres del mundo un mensaje en el que decía que para mantener tus ambiciones tienes que tolerar que te humillen. Entonces quiere utilizar el género para conseguir voto y mira, no.

Sí por el hecho de ser mujer todas las mujeres tuviéramos que votar a las que se presentan a elecciones nos habríamos visto obligadas a votar a Ángela Merkel, a Esperanza Aguirre, a Susana Díaz o a Rita Barberá y mira, eso tampoco. 

martes, 2 de febrero de 2016

Vergüenza(s)

Desde hace días no se me va de la cabeza y del corazón el problema de los refugiados, no es que se hayan instalado ahí de pronto, es solo que lo siento con más intensidad, como más cerca. Como más aterrador y doloroso, aunque pareciera que nos hemos acostumbrado y nada nos afecta. A mí me afecta. Me afecta el sufrimiento de esas personas y cada día me asusta más nuestra actitud como ciudadanos, incluso he llegado a pensar si la actitud de los gobiernos europeos y de la Unión Europea como tal no será un reflejo de la nuestra.

Sinceramente no sé querespuesta tiene esta tragedia humana sin precedentes, pero si sé lo que como ciudadanos estamos haciendo por evitarla, nada o casi nada. Yo lo único que hago es ayudar económicamente a organizaciones que trabajan con ellos, siempre Intermón,  a veces a Médicos Sin Fronteras y a veces a Unicef.  Siento que eso no es suficiente, sé que no es suficiente, aunque os animo a hacerlo, están sobre el terreno. Hay muchas personas que se están organizando para ir a Lesbos a rescatar personas, hay muchas otras que están en otras islas griegas y son más anónimas, llevan meses y son giregos, así que es difícil quese ponga el foco en ellos. Yo no soy tan valiente como para ir hasta allí, ni tan capacitada, por eso quienes lo hacen tienen todos mis respetos.

Aunque el éxodo empezó mucho antes, solo fuimos capaces de reaccionar cuando vimos el pasado 2 de septiembre del pasado año la foto del niño Aylan de tres años ahogado en una playa de Turquía, y la reacción fue tan brutal que nuestros gobiernos se sintieron tan abochornados que se pusieron a trabajar en los refugiados. El trabajo consistió en decidir repartirlos por toda la Unión Europea, salvo Italia y Grecia que ya están bastantes desbordados, la primera hace años y la segunda más recientemente. La única que fue generosa, y ya me duele decirlo, fue Alemania que abrió las puertas de par en par (ya las ha cerrado); a España le correspondían acoger a 16.000 refugiados y solo hemos acogido a 19. En total  hay 414 refugiados reubicados en la Unión europea de los 160.000 comprometidos

En el año 2016 han fallecido en el mar 257 personas, muchas de ellas niños y solo ha pasado el mes de enero. En 2015 murieron 3500 personas intentando llegar a Europa, de los cuales 700 son niños. No me extenderé con más datos, están en todos los medios. Son personas, como nosotros, aunque las convirtamos en cifras, algo que intuyo no nos gustaría que hicieran con nosotros.

Ahora se habla de más de 10.000 niños desaparecidos a manos de las mafias y aunque esta cifra no está confirmada, aunque solo fuera uno, sería terrorífico y las mafias actúan al silencio cómplice de nuestros gobiernos y de nosotros mismos. Se expulsan personas de países ¿a dónde?, se levantan alambradas, se construyen muros, se recortan ayudas. La Unión Europea quiere penalizar a organizaciones que salvan a los refugiados de morir en el mar, que les ponen una manta en los hombros cuando llegan a puerto, que los acogen en su casa; cualquier medida que no sea socorrerlos, que no sea parar la guerra, que no sea dejar de vender armas.

Suelo pensar que una vez que pago mis impuestos  he de esperar que les den un uso correcto, entre ellos, el de socorrer a los refugiados, pero no, mis impuestos no se dedican a eso, tampoco sé muy bien a qué. Creo sinceramente que deberíamos presionar a nuestros gobiernos para que reaccionen,  y hay pocas maneras de presión tan efectivas como la calle, manifestarnos hasta que se les caiga la cara de vergüenza y actúen en lo que a mi parecer es la más grave crisis humana, que no humanitaria del siglo veintiuno; y digo humana porque nos concierne a todos. Quizás algún día nosotros necesitemos ayuda y nadie nos la ofrezca y lo habremos merecido.

Pienso en mis sobrinos, en mi sobrina, y pienso que podría ser uno de esos niños. Pienso en mi madre huyendo de las bombas para poner la vida de sus hijos a salvo. Y pienso en la suerte que he tenido cuando decidir no tener hijos, de haberlos tenido la impotencia, la vergüenza y el dolor serían aún mayor. El nuevo tiempo que una vez soñamos no era esto.