Hoy nos hemos
cruzado en la puerta de salida, o de entrada; llevaba un libro de Geroge
Simenon en una mano, un cigarro en la otra, le he cedido el paso, me ha
parecido que tenía prisa, él me lo ha cedido a mí y finalmente yo a él.
Juan tiene unos cincuenta
y cinco años, el pelo cano, es muy delgado y no muy alto; casi siempre viste
vaqueros, a veces de unos insolentes colores, verdes o lila, cazadora de cuero como
un adolescente y botas. Es uno de esos tipos de Huelva de toda la vida y cuando
éramos jóvenes, era lo que se llamaba entonces un moderno, lo encontrabas en
todos los lugares y querías que fuese tu amigo.
Juan pasa el día
en la biblioteca provincial, llega por la mañana minutos antes de que abra,
guarda sus cosas, que lleva en una bolsa de plástico a cuadros en la taquilla y
sube a la segunda planta a leer la prensa del día, los lunes tiene más tarea
porque lee también la de los domingos; a veces se suman otros colegas que van
llegando de los mismo lugares que él, a media mañana salen a la calle a fumar
un cigarro, nunca a tomar un café.
Siempre tienen conversación;
una mañana que yo entraba en la biblioteca, Juan le decía al otro “voy a irme a
la puerta de la subdelegación del gobierno con un cartel colgado en el pecho
que diga, soy tonto por haber votado al PP”, sin poder evitarlo le dije “y
tanto que sí”, Juan y su amigo sonrieron, luego me contó que, salvo el personal
de la biblioteca, casi nadie les habla y que muchos los miran como si fueran
locos. Pero no son locos, Juan y sus compañeros habitantes de ese lugar viven
en el albergue unas veces y en casas de acogidas, otras.
A mediodía se va
a almorzar, siempre de la caridad y al terminar vuelve. En la tarde suele leer
libros, entre los que le he visto entre manos, Agatha Christie, Paco Umbral y
Stephen King, y lleva auriculares que comparte siempre que alguien se lo pide,
también ve películas en los ordenadores disponibles.
Una tarde, en
una de sus pausas para el cigarro y de las mías para el café, discutía con un
compañero que quería coger sus cosas y volver a casa antes de la hora de cierre,
Juan le respondió “eso no es una casa, es un albergue y solo hay pobres tío,
aquí hay gente normal”. Cuando está solo, se apoya en una barandilla que
sostiene a las escaleras y parece que mira a quienes pasan o pasean por la
calle, en ese momento su mirada se pierde, no sé si entre la gente que camina o en sus recuerdos de cuando
se sentía parte.
La biblioteca no
lo parece, es un edificio de hormigón que no deja entrar la maravillosa luz de
Huelva, tan solo por unos cristales en la planta baja puedes ver que ahí
habitan libros. Y es en el interior de ese hormigón donde Juan tiene su lugar
en el mundo.
Juan tuvo
familia, tuvo trabajo, tuvo casa, tuvo coche, tuvo drogas, tuvo novias, tuvo
dinero, tuvo diversión, tuvo éxito. Y un día no tuvo nada, se encontró en la
calle. Juan ahora duerme en casas de acogidas y albergues y vive en la biblioteca.
Juan sonríe casi siempre, pero la sonrisa no llega a sus ojos.