miércoles, 1 de febrero de 2017

Juan

Hoy nos hemos cruzado en la puerta de salida, o de entrada; llevaba un libro de Geroge Simenon en una mano, un cigarro en la otra, le he cedido el paso, me ha parecido que tenía prisa, él me lo ha cedido a mí y finalmente yo a él.

Juan tiene unos cincuenta y cinco años, el pelo cano, es muy delgado y no muy alto; casi siempre viste vaqueros, a veces de unos insolentes colores, verdes o lila, cazadora de cuero como un adolescente y botas. Es uno de esos tipos de Huelva de toda la vida y cuando éramos jóvenes, era lo que se llamaba entonces un moderno, lo encontrabas en todos los lugares y querías que fuese tu amigo.

Juan pasa el día en la biblioteca provincial, llega por la mañana minutos antes de que abra, guarda sus cosas, que lleva en una bolsa de plástico a cuadros en la taquilla y sube a la segunda planta a leer la prensa del día, los lunes tiene más tarea porque lee también la de los domingos; a veces se suman otros colegas que van llegando de los mismo lugares que él, a media mañana salen a la calle a fumar un cigarro, nunca a tomar un café.

Siempre tienen conversación; una mañana que yo entraba en la biblioteca, Juan le decía al otro “voy a irme a la puerta de la subdelegación del gobierno con un cartel colgado en el pecho que diga, soy tonto por haber votado al PP”, sin poder evitarlo le dije “y tanto que sí”, Juan y su amigo sonrieron, luego me contó que, salvo el personal de la biblioteca, casi nadie les habla y que muchos los miran como si fueran locos. Pero no son locos, Juan y sus compañeros habitantes de ese lugar viven en el albergue unas veces y en casas de acogidas, otras.

A mediodía se va a almorzar, siempre de la caridad y al terminar vuelve. En la tarde suele leer libros, entre los que le he visto entre manos, Agatha Christie, Paco Umbral y Stephen King, y lleva auriculares que comparte siempre que alguien se lo pide, también ve películas en los ordenadores disponibles.

Una tarde, en una de sus pausas para el cigarro y de las mías para el café, discutía con un compañero que quería coger sus cosas y volver a casa antes de la hora de cierre, Juan le respondió “eso no es una casa, es un albergue y solo hay pobres tío, aquí hay gente normal”. Cuando está solo, se apoya en una barandilla que sostiene a las escaleras y parece que mira a quienes pasan o pasean por la calle, en ese momento su mirada se pierde, no sé si entre la  gente que camina o en sus recuerdos de cuando se sentía parte.

La biblioteca no lo parece, es un edificio de hormigón que no deja entrar la maravillosa luz de Huelva, tan solo por unos cristales en la planta baja puedes ver que ahí habitan libros. Y es en el interior de ese hormigón donde Juan tiene su lugar en el mundo.

Juan tuvo familia, tuvo trabajo, tuvo casa, tuvo coche, tuvo drogas, tuvo novias, tuvo dinero, tuvo diversión, tuvo éxito. Y un día no tuvo nada, se encontró en la calle. Juan ahora duerme en casas de acogidas y albergues y vive en la biblioteca. Juan sonríe casi siempre, pero la sonrisa no llega a sus ojos.