lunes, 17 de octubre de 2016

Hipoteca(s)


El pasado quince de octubre terminé de pagar la hipoteca de mi casa.

Hace más de veinte años y por razones personales que no vienen al caso decidí vivir en Huelva y dejar mi pueblo, Gibraleón; lo hice alquilando un piso enorme, desangelado y cuyo único atractivo residía que en el edificio de enfrente vivía una chica a la que su amante (por entonces un cargo público importante en la provincia) venía a visitar.Cuando cambiaron las circunstancias personales, aquel piso se hizo más enorme y menos necesario y me puse a la tarea de buscar otro.

Ese otro quería que fuera un poco más pequeño y además quería comprar, en ese momento estaba convencida que alquilar era tirar el dinero y me lancé a la búsqueda; la suerte quiso que en el edificio en el que vivía mi abuela los vecinos del bajo acababan de poner su piso a la venta. A mi siempre me ha gustado ese lugar, el único pero que encontraba al piso es que solo tiene dos habitaciones y yo siempre he querido tres; nos pusimos a negociar y enseguida llegamos a un acuerdo justo.

Tras el acuerdo llegó el peregrinar por las entidades bancarias; la primera, con la que yo trabajaba entonces fue un despropósito, ninguneo y negativas, la segunda posibilidades imposibles y la tercera llegó sola; un amigo trabajaba en ella y me contó que iban a lanzar una oferta que consistía en dar el cien por cien de la hipoteca solicitada sin pasar por el trámite de la tasación que era el que de verdad me daba miedo, siempre lo tasan en menos de lo que piden y toca hacer más números y piruetas.

Y así fue como me embarqué en una hipoteca de seis millones de pesetas ¡entonces era mucho dinero! y un viaje de veinte años para pagarla. Sola, sin aval de nadie, sin ayuda, sin trabajo fijo, me pareció un salto mortal sin red y pensaba que me haría vieja pagando la hipoteca. No me he hecho vieja pero me he hecho mayor. No ha sido un camino fácil; a los cuatro años de estar hipotecada me quedé sin empleo y esto duró un año, un tiempo difícil sin duda que afortunadamente superé. 

La casa se fue convirtiendo en un hogar, una vez finalizados los trámites de hipoteca y sus gastos me quedaba lo justo para comprar una cama, un sofá y un frigorífico, me instale en ella con los muebles que dejo la anterior inquilina y hasta unas cortinas y una televisión heredadas de mi madre, poco a poco y no sin esfuerzo he ido poniendo, quitando, cambiando cosas. La casa también ha envejecido y va siendo hora de hacerle unos arreglos, poco a poco, el dinero que iba destinado a la hipoteca será ahora para los retoques.

Ahora ya puedo decir que la casa es mía, antes nunca me he sentido propietaria, quizás ahora tampoco. Esa casa ha sido de mis novios, de mis amantes, aún lo es de mis hermanos, mis sobrinos y mis amigos; algunas de las razones por las que yo quería tener una casa eran estas, tener un lugar donde las personas que quiero pudieran venir y estar, también era muy importante tener un lugar para los libros y algunos discos, recuerdos de viajes, en definitiva donde tener una vida. Me produce especial satisfacción que siendo una casa unifamiliar quienes pasan por allí la ven un hogar con calor de hogar, que transmite paz, supongo que eso es mérito mío.

Hace dos años, y tras haber previsto un viaje a Jordania,  hice testamento; por alguna extraña razón pensaba que en cualquier momento los disparos que sobrevuelan los países de Oriente Medio podrán llegar hasta donde yo estaba y yo no quería que una persona que estaba circunstancialmente en mi entorno familiar se viera beneficiada del hecho de no tener las cosas en orden. El testamento no es el que yo siempre he querido hacer, confío en poder cambiarlo en algún momento.

A tenor de lo escuchado estos días cuando lo he contado, el haber llegado al final tiene algo de épico, o de suerte en la lotería, y parece que no es poco en estos tiempos. A veces fantaseo con vender el piso y con el dinero que gane con la venta, viajar y cuando deje de viajar volver  al pueblo, a la casa de mi madre, al hogar. Luego se me pasa y ahí estoy, entre la fantasía y la libertad.

Una cosa he aprendido, si volviera a nacer, jamás me compraría una casa. Debemos fomentar el alquiler justo de viviendas y descartar el sentido de la propiedad.

El pasado quince de octubre terminé de pagar la hipoteca de mi casa. Y el día uno de noviembre hará viente años que vivo en ella. Un poco orgullosa de mí si que estoy. Y un mucho feliz por haber llegado aquí, también.


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