jueves, 16 de abril de 2015

El tren

A Che, Layla y Paca que serán madres este año.

Días pasados andaba paseando por Faro, pequeña gran ciudad el Algarve portugués a la que suelo ir muy a menudo, y como siempre me llamó la atención la vía del tren que se ve desde el puerto dejando la ciudad a un lado y el mar a otro. No conozco otra ciudad en la que sea así, probablemente exista, pero yo no la conozco. Ese día además, al otro lado de la vía había unos regatistas entrenando. La vida.


Lo que se me vino a la cabeza en ese momento es con que facilidad nos han tatuado en la piel y en la cabeza esa frase tan repetida a diario de “el tren solo pasa una vez en la vida” y como la hemos asumido. Y es mentira, me atrevo a decir con toda rotundidad que es falso de toda falsedad. El tren pasa todos los días, a todas horas, en todos los lugares donde haya una estación de tren, hay uno que llega y otro que sale, y en todos te puedes subir y/o bajar. Y puedes que encuentres una estación sin parada, entonces te vas al siguiente pueblo.

El pasado uno de diciembre, día de mi cumpleaños, agradecía todas las felicitaciones desde el corazón aclarando que habían sido lo mejor del día porque no había sido un día bueno. Y recuerdo que dije “lo será cuando todo acabe bien”.

Ahora quiero contarlo; ese día estuvimos en una reunión desde la mañana hasta la tarde el comité de empresa de la universidad en la que trabajo y del que formo parte y la gerencia de la misma. Una reunión tensa, desabrida, amarga, sin acuerdo. No era la primera, ni tampoco la última.

Las negociaciones para una nueva y mejor relación de puestos de trabajo de la universidad habían comenzado hace un año, poco después de yo ser designada representante por y de mis compañeros tras la dimisión del anterior, empezamos trabajando mucho, seguíamos trabajando mucho y no nos poníamos de acuerdo (al parecer es lo habitual, pero yo era nueva en esto). El desacuerdo fue creciendo hasta casi una ruptura de negociaciones, los compañeros se inquietaban, el nerviosismo y el desanimo se apoderaba de nosotros, estábamos trabajando mucho y no se veía la luz.

El paréntesis navideño supuso un descanso pero no una desconexión total. A la vuelta habíamos elaborado un calendario de principios, trabajo y prioridades y sobre esa base empezamos de nuevo hasta que las elecciones andaluzas se interpusieron y vinieron las prisas. Aún así nos pusimos manos a la obra, trabajamos muchísimo más, más reuniones, más discusiones y a finales de febrero conseguimos llegar a un acuerdo con la gerencia. Llevamos el acuerdo a nuestros respectivas sedes, tuvimos asambleas, unos estaban contentos, otros lo estaban menos y otros lo estaban nada, algunos compañeros del comité bromeábamos con la frase “¿qué hay de lo mío?” convertida ya en leyenda en nuestras conversaciones y quizás hasta en camisetas.  Con un apoyo mayoritario pero no unánime el acuerdo salió adelante y finalmente la pasada semana el consejo de gobierno de la universidad lo aprobó. No es el final, es solo un principio, hay que seguir trabajando.

En lo personal ha sido toda una experiencia; es la primera vez que soy representante de los trabajadores y no sabía que encontraría. Mentiría si dijera que ha sido fácil, mentiría mucho, ha sido por momentos triste, duro, solitario. Y ha sido posible sobrevivir a esto porque los compañeros del comité estamos todos a una (esto no garantiza que vaya a seguir siendo así, pero de momento es). 

Los desvelos, las pesadillas, las lágrimas, el miedo a no ser capaz y los malos momentos que he tenido han sido menos porque mi familia y mis amigos más cercanos han estado siempre ahí, los dos últimos meses de la negociación no estaba yo en mi mejor momento personal  (por otras razones) y es gracias a ellos que todo ha sido más llevadero, con sus hombros para llorar, sus cervezas para reír y sus abrazos para reconfortar.

Dos cosas he aprendido. Los derechos de los trabajadores se defienden y se mantienen si los trabajadores están unidos y la reivindicación es unitaria. Casi nadie ha venido a dar las gracias, aunque fueron muchos los reclamos; no importa. Lo que si importa en la vida es la coherencia y si te pasas la vida diciendo que hay que luchar por la clase obrera, cuando te toca vas y lo haces, no vale esconderse.

El tren de la familia, los amores, los amigos, la vida pasa todos los días por las estaciones de cada persona. No te creas la milonga de “el tren solo pasa una vez en la vida”, esto te llevará a salir corriendo sin necesidad o a quedarte en la estación derrotada y sin esperanza. Quizás es el momento de empezar a celebrar.

Hazme caso, ya tengo cincuenta años J

1 comentario:

  1. Tienes toda la razón, nunca es tarde para intentar...;)y tomar cualquier tren

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