A Che, Layla y Paca que serán madres este año.
Días pasados andaba paseando por Faro, pequeña gran ciudad el Algarve portugués a la que suelo ir muy a menudo, y como siempre me llamó la atención la vía del tren que se ve desde el puerto dejando la ciudad a un lado y el mar a otro. No conozco otra ciudad en la que sea así, probablemente exista, pero yo no la conozco. Ese día además, al otro lado de la vía había unos regatistas entrenando. La vida.
Días pasados andaba paseando por Faro, pequeña gran ciudad el Algarve portugués a la que suelo ir muy a menudo, y como siempre me llamó la atención la vía del tren que se ve desde el puerto dejando la ciudad a un lado y el mar a otro. No conozco otra ciudad en la que sea así, probablemente exista, pero yo no la conozco. Ese día además, al otro lado de la vía había unos regatistas entrenando. La vida.
Lo que se me vino a la cabeza en
ese momento es con que facilidad nos han tatuado en la piel y en la cabeza esa
frase tan repetida a diario de “el tren solo pasa una vez en la vida” y como la hemos asumido. Y es mentira, me
atrevo a decir con toda rotundidad que es falso de toda falsedad. El tren pasa
todos los días, a todas horas, en todos los lugares donde haya una estación de
tren, hay uno que llega y otro que sale, y en todos te puedes subir y/o bajar. Y
puedes que encuentres una estación sin parada, entonces te vas al siguiente pueblo.
El pasado uno de diciembre, día
de mi cumpleaños, agradecía todas las felicitaciones desde el corazón aclarando
que habían sido lo mejor del día porque no había sido un día bueno. Y recuerdo
que dije “lo será cuando todo acabe bien”.
Ahora quiero contarlo; ese día estuvimos en
una reunión desde la mañana hasta la tarde el comité de empresa de la universidad
en la que trabajo y del que formo parte y la gerencia de la misma. Una reunión
tensa, desabrida, amarga, sin acuerdo. No era la primera, ni tampoco la última.
Las negociaciones para una nueva y
mejor relación de puestos de trabajo de la universidad habían comenzado hace un
año, poco después de yo ser designada representante por y de mis compañeros
tras la dimisión del anterior, empezamos trabajando mucho, seguíamos trabajando
mucho y no nos poníamos de acuerdo (al parecer es lo habitual, pero yo era
nueva en esto). El desacuerdo fue creciendo hasta casi una ruptura de
negociaciones, los compañeros se inquietaban, el nerviosismo y el desanimo se
apoderaba de nosotros, estábamos trabajando mucho y no se veía la luz.
El paréntesis navideño supuso un
descanso pero no una desconexión total. A la vuelta habíamos elaborado un
calendario de principios, trabajo y prioridades y sobre esa base empezamos de
nuevo hasta que las elecciones andaluzas se interpusieron y vinieron las
prisas. Aún así nos pusimos manos a la obra, trabajamos muchísimo más, más
reuniones, más discusiones y a finales de febrero conseguimos llegar a un
acuerdo con la gerencia. Llevamos el acuerdo a nuestros respectivas sedes,
tuvimos asambleas, unos estaban contentos, otros lo estaban menos y otros lo
estaban nada, algunos compañeros del comité bromeábamos con la frase “¿qué hay de lo
mío?” convertida ya en leyenda en nuestras conversaciones y quizás hasta en camisetas. Con un apoyo mayoritario pero no unánime el
acuerdo salió adelante y finalmente la pasada semana el consejo de gobierno de
la universidad lo aprobó. No es el final, es solo un principio, hay que seguir trabajando.
En lo personal ha sido toda una
experiencia; es la primera vez que soy representante de los trabajadores y no
sabía que encontraría. Mentiría si dijera que ha sido fácil, mentiría mucho, ha
sido por momentos triste, duro, solitario. Y ha sido posible sobrevivir a esto
porque los compañeros del comité estamos todos a una (esto no garantiza que
vaya a seguir siendo así, pero de momento es).
Los desvelos, las pesadillas, las
lágrimas, el miedo a no ser capaz y los malos momentos que he tenido han sido menos porque mi familia y
mis amigos más cercanos han estado siempre ahí, los dos últimos meses de la negociación
no estaba yo en mi mejor momento personal
(por otras razones) y es gracias a ellos que todo ha sido más llevadero,
con sus hombros para llorar, sus cervezas para reír y sus abrazos para reconfortar.
Dos cosas he aprendido. Los
derechos de los trabajadores se defienden y se mantienen si los trabajadores
están unidos y la reivindicación es unitaria. Casi nadie ha venido a dar las gracias, aunque fueron muchos los reclamos; no importa. Lo que si importa en la vida es la coherencia y si te pasas la vida diciendo que hay que luchar por la clase obrera, cuando te toca vas y lo haces, no vale esconderse.
El tren de la familia, los
amores, los amigos, la vida pasa todos los días por las estaciones de cada
persona. No te creas la milonga de “el tren solo pasa una vez en la vida”, esto
te llevará a salir corriendo sin necesidad o a quedarte en la estación
derrotada y sin esperanza. Quizás es el momento de empezar a celebrar.
Hazme caso, ya tengo cincuenta
años J
Tienes toda la razón, nunca es tarde para intentar...;)y tomar cualquier tren
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