La verdad es que muchos días no
tengo tiempo para digerir tanta información como se produce y como además casi
no existe posibilidad de distinguir la verdadera de la falsa, casi nadie
contrasta y todo el mundo quiere ser el primero en contarlo, pues me estoy
perdiendo un montón de cosas, casi todas de hecho, y más que casi todas, todo
lo que suele ser destacado en las redes sociales, pero de esto igual escribo otro día.
Pero no se me han escapado las
noticias sobre Toya Graham, la que han dado en llamar madre coraje de Baltimore
(que es una ciudad que últimamente es noticia por los graves disturbios raciales
producidos tras la muerte de un chico negro a manos de la policía, otro más).
Partiendo de la base de que no
soy madre y nunca lo voy a ser, he de
confesar que cuando vi esas imágenes me espantaron, me dolieron, me dejaron
fuera de juego, no me resultaron una visión agradable. Y no considero ese
comportamiento de la madre a su hijo, nada, nada ejemplarizante y mucho menos
digno de destacar como actitud positiva.
A mí la violencia me repugna, sea
cual sea y venga de donde venga, y aunque en muchos momentos de mi vida he
manifestado que estaría más que justificada, lo cierto es que no es eso lo que
pienso; por una razón muy sencilla, no soporto el dolor físico y es esto lo que
trae la violencia. Tampoco soporto la violencia verbal y me resulta igual de
insoportable el dolor que esta causa también. Y por encima de cualquier cosa no
tolero las humillaciones en público,
porque dejan indefenso al humillado y retratado (casi miserablemente
diría yo) al humillador.
No me gusta que mis hermanos riñan
a sus hijos delante de mí, no me gustan que mis amigos tengan discusiones de
parejas delante de mí. Me parece bien y normal que los padres riñan a sus hijos
y que las parejas discutan (siempre que no se sobrepasen límites) pero eso
pertenece al ámbito de la intimidad; si le riñes a tu hijo delante de personas
que desconocen probablemente la próxima vez lo haga peor, o se encierre en sí
mismo como un caracol.
No, no me parece que liarte a
mamporros con tu hijo y que sea mundialmente televisado vaya a evitar que
Michael (que así se llama el chico) se meta en problemas si quiere hacerlo, en
cuanto pasen los minutos de fama, el chico probablemente sea objeto de burla de
sus compañeros y eso no traerá nada bueno. Y entiendo a la madre, vio a su hijo
en la tele en mitad de las revueltas y pensando que podría ser el siguiente,
salió dolorida a buscarlo y rescatarlo.
Mucho me temo que, una vez más,
la clave está en la educación; una joven madre soltera con seis hijos no ha de
tener tiempo nada más que para trabajar y poder sacarlos adelante, en duras
condiciones, viviendo en un barrio marginal y en una ciudad en la que las
diferencias raciales parecen aumentar cada día.
No recuerdo que mi madre nos haya
puesto nunca una mano encima a ninguno de sus hijos (y somos seis). Cuando éramos
pequeños e íbamos a algún sitio de visita nos decía “ya sabéis, los niños
hablan cuando las gallinas mean, ¿y cuando mean las gallinas mamá? nunca, las
gallinas no mean nunca”; nos ha reñido muchas veces, miles a lo largo de
nuestra vida, aún lo hace, creo que
nunca en público, y había veces que habiendo hecho algo mal, no tenía ni que
llamarnos la atención, solo con la mirada ya sabíamos lo que había. En mi caso
en concreto, cada vez que llegaba tarde a casa, la mirada que encontraba decía “ya
sabes que mañana estás castigada sin salir” y no se me ocurría chistar, ni
salir al día siguiente claro.
Lo cierto es que ella siempre nos ha hablado
mucho, nos ha preguntado, nos ha explicado, siempre la he sentido muy
partidaria del diálogo (incluso cuando a veces por la edad rebelde, creía que
nunca estaría de acuerdo con ella)muy paciente y muchas veces muy enfadada, no
la recuerdo violenta jamás y como a ella, muchas madres de mis amigas y amigos, e incluso a muchas
amigas que ya son madres, las veo hablando mucho con sus hijos. Una palabra es
mejor que un mamporro y dos palabras son mejor que un mamporro humillante.
Mi
madre no es perfecta, ninguna lo es, y tampoco Toya, la violencia contra los
hijos (que nunca está justificada, nunca) no da buenos resultados y ¿sabéis que
os digo? preferiría que esas imágenes no se hubieran visto, porque me
dejaron la sensación que no era la primera vez que sucedía esa situación entre ellos
dos, ojalá sea la última.
Chapó.
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