"Árbol de la esperanza, mantente firme" Frida Kalho
El cansancio y el estrés siempre se cobran un precio, y casi siempre físicamente. El precio que he pagado yo a estas alturas del año ha sido un labio reventado, roto, una semana así. Una semana molesta y por momentos, dolorosa, es el tiempo que pasas entre que empiezas a notar que viene la hinchazón, que se rompe y finalmente, cicatriza.
El cansancio y el estrés siempre se cobran un precio, y casi siempre físicamente. El precio que he pagado yo a estas alturas del año ha sido un labio reventado, roto, una semana así. Una semana molesta y por momentos, dolorosa, es el tiempo que pasas entre que empiezas a notar que viene la hinchazón, que se rompe y finalmente, cicatriza.
No recuerdo haber salido de mi
casa en los últimos treinta años con los labios sin pintar. Me apasiona el
rojo, lo llevo cuando estoy bien y cuando estoy mal, para darme fuerzas; a
veces descubro a hombres que me miran los labios cuando los llevo de ese color.
También me gusta el color vino tinto, el violeta y algunos tonos marrones. Es
fundamente que tus labios no desentonen con la ropa que llevas puesta, de lo
contrario parecerá que te has puesto el museo del Prado encima. A veces solo me
pongo brillo, sobre todo los fines de semanas y para asuntos más relajados como
ir al mercado, a pilates, o a pasear. Incluso para estar en casa, nunca hay que perder el glamour, es uno
de mis lemas. Si vas a ponerte a leer una novela que te encanta, si aparece Sean
Penn o Benicio del Toro en la pantalla, hasta si vas a cocinar algo rico.
Quienes me conocen saben que siempre
digo que el día que me vieran con los labios desnudos sería el fin o casi.
Significaría que ya no va más, que me he rendido, que hasta aquí llegamos. Hasta
que toca una semana como ésta y te das cuenta que lo que pensabas ayer, no vale
para hoy. Llevo toda una semana sin pintarme los labios. Me pongo el bálsamo y
salgo a la calle, desnuda; porque así es como he sentido siempre que sería no
usar carmín. Desnuda dentro y fuera.
Y no importa, los cincuenta años
son así. Estoy aprendiendo a vivir con las canas, con las arrugas del pecho,
con las ojeras (que ni la milagrosa crema del Mar Muerto eliminan) con las
carnes cada vez menos tersas, con los labios desnudos. Y sin ti.
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