lunes, 11 de enero de 2016

Las cuentas de la vida

Cumplir años te quita unas capacidades, te da otras y te mantiene algunas. entre las que yo mantengo es la capacidad de seguir asombrándome cada día, o casi.

Hace unos años, en octubre del año dos mil once relaté aquí Una breve historia de impotencia, la historia de maltrato de una vecina a manos de su marido. Poco tiempo después se separaron definitivamente, él seguía yendo a buscar a los hijos y para que bajaran pegaba voces por el telefonillo de la puerta y yo sabía que era otra forma de maltrato. Un día él desapareció, no volvió, ella ha rehecho su vida  con otro hombre y los niños ya está entrando en la adolescencia.

Ayer me crucé con él o con lo que queda de él. Va apoyado en muletas, parece tener un parte de su cuerpo paralizada y dificultad al moverse. Iba solo. Verlo me produjo una enorme tristeza, por mucho que durante todo el tiempo que conocí el trato de daba a su mujer y a sus hijos la rabia y la empatía con su esposa me llevara en algunos momentos a desearle lo peor.

Y desde entonces no deja de rondar mi cabeza la idea de que la vida te las cobra todas si no eres buena persona o si haces daño sabiendo que haces daño. Tengo la impresión que no aprendió a rectificar tras su paso por la cárcel y quizás la vida le haya ofrecido una nueva oportunidad, apoyado en muletas, pero una nueva oportunidad.

Y yo sé que causar dolor es inevitable; también sé que es mejor causar el menor posible. Para no tener que saldar cuentas dolorosas, ni con la vida, ni con las personas.


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