martes, 22 de agosto de 2017

El sueño (de las noches de verano)


No tengo problemas para dormir, nunca los he tenido, hasta hoy no hay nada que me quite el sueño, esto no quiere decir que alguna noche me haya desvelado por un problema, una alegría, una preocupación o una pena, alguna ha habido, pero no es lo habitual, es algo que he heredado de mi madre, cuanto más grande es el problema, más temprano te da sueño y a la mañana siguiente todo seguirá ahí, los problemas, las alegrías, las preocupaciones y las penas.

Igual también tiene que ver con tener la conciencia tranquila, que sé yo.

Cuando llega la hora, suelo echarme a dormir sin mayor problema, duermo del tirón y salvo pesadilla, o ganas de orinar, no me despierto, sí cuando hay gritos o voces más altas de lo habitual, que es lo que vengo a relatar.

Y  no suelo quejarme yo de la convivencia, me encanta tener vecinos y nunca he tenido problemas con ellos; ahora mismo en el bloque donde vivo hay una madre con dos hijos adolescentes, un matrimonio con dos hijas pequeñas, una chica joven y sus dos perros, un matrimonio con una niña y un perro, varias señoras mayores con perro y algunas más mayores sin perro.

Pero este verano no ha sido fácil, quizás el mucho calor nos ha afectado en demasía; de pronto los adolescentes han empezado a llegar tarde y cocinar de madrugada, cocina cuya ventana da hacia el patio interior al que da la ventana de mi habitación, se han puesto a comentar las incidencias nocturnas, la madre se ha levantado y de pronto todos han hablado en voz alta. La joven y los perros han llegado tarde también y los perros han ladrado. Las niñas pequeñas han llorado una noche sí y otra también. Y todo esto, durante varios días siempre después de las doce de la noche.

Y aunque algún verano anterior me había tenido que levantar de madrugada a chistear desde la ventana para que, por favor, se callaran, este año no ha sido suficiente. He perdido la cuenta de las veces que lo he hecho estos últimos meses y como no soy muy enfadona (a pesar de que no dormir las seis horas que considero suficiente), la pasada semana decidí expresarme de otra manera, ya que mi paciencia (que es infinita) se había agotado.

Hice un cartel con el siguiente texto "Agradecería mucho que a partir de las 12 de la noche se respetara el descanso de vecinas y vecinos de este bloque. Gracias".  Lo firmé y lo pegué en el cristal de la puerta principal.


Oye y mano de santo, llevamos una semana de lo más bien durmiendo después de las doce de la noche sin voces, ni ladridos, ni llantos. Todas las mañana pienso en quitar el cartel, y todas las noches decido dejarlo. Y ni tan bien.

No hay nada como la educación. La buena. Felices sueños.

Pd.: Todo el vecindario me sigue saludando cuando nos cruzamos.

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