viernes, 17 de mayo de 2019

La salud, el dinero y el amor

Durante este mes de mayo mi familia hemos pasado diez días en el Hospital público Juan Ramón Jiménez de Huelva; a mi hermano más pequeño, Paquito (sí, sé que suena raro con cuarenta y cuatro años) le dio un infarto y era el mejor lugar para estar.

Desde el primer momento la atención fue extraordinaria, cosa por otro lado habitual en la sanidad pública, a pesar de la mala gestión de los gobiernos, de la mala gestión de los gestores de hospitales, de los recortes, de las restricciones, desde la primera hasta la última persona que allí trabajan está entregada a la tarea de salvar vidas (casi siempre), traer vidas, mantener vidas, componer la vida que se descompone.

Normalmente pienso que a quienes trabajamos en la administración nos pagan por hacer nuestro trabajo bien y no necesitamos ningún extra; la verdad es que hay una íntima satisfacción cuando alguien agradece tu trabajo de forma personal, con una sonrisa, con un apretón de manos y hasta con un detalle, sé bien lo que es eso, he sido afortunada en detalles generosos. Es por eso que no puedo, ni quiero, ni debo hacer otra cosa que agradecer el trato exquisito hacia mi hermano y hacia mi familia, gracias más amplias e infinitas porque soy consciente de la complicada situación en la que encuentra la sanidad pública en Andalucía.

Luego está la vertiente humana de los hospitales, las salas de espera, los pasillos, el bar los alrededores, es otro mundo y en este mundo los familiares se miran y se reconocen en el dolor, en la incertidumbre, en la esperanza, en la alegría. se comparten comidas, cafés, caramelos, gominolas, se crean lazos que son duraderos durante la estancia, pocos se mantienen fuera, pero eso forma parte de la normalidad, una vez fuera del hospital, la vida sigue.

El cambio más profundo que he sentido con respectos a otros años de hospitales (y he pasado muchas noches en ellos), es el teléfono móvil, ese artilugio que nos da tanta alegría usar y que a veces se convierte en pesadilla. Tal cual.

Están las personas que hablan gritando, tanto que no necesitarían ese teléfono, por otra parte, es asombroso la manera en se ventilan las intimidades sin pudor, madre mía que historias se podría escribir allí; están las que tienen como tonos de llamada una orquesta cantando para todo el pueblo, por el volumen; están las reciben mensajes de voz y los escuchamos todos, también quienes reciben vídeos, que también vemos todos, y por último, los juegos, están quienes juegan y el sonido es el de la fórmula 1 en Jerez de la Frontera; y si esto es molesto para mí, no puedo imaginar lo que debe significar para una persona que esté enferma.

Y así, entre idas y venidas, os cuento que este año por primera vez en mi ya larga vida de contribuyente me toca pagar impuestos, esto no quiere decir que no pagara antes, es que en balance anual salía que hacienda me devolviera al haberme retenido de más en los impuestos, y este año han cambiado las tornas. No me quejo, de hecho, la retención que hacen en mi nómina mensual es de las más altas porque no tengo hijos, aunque a veces pienso que mantengo a los hijos de otros (aquí debería haber un guiño). Es para mantener, entre otras cosas, la estupenda sanidad pública en España, que los pago con gusto, con placer, con orgullo. 

Gracias a la unidad de cardiología del Hospital Juan Ramón Jiménez, muchas, muchas gracias. Gracias a todas las sanidades públicas, a sus profesionales, todos los días, en todos los lugares, en todos los idiomas. Y larga vida. Salud.

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