domingo, 11 de octubre de 2015

Valparaíso

Chile (toma 9). Cuenta la leyenda que antes de que existiera el canal de Panamá, todo el tráfico mercante pasaba por esta ciudad y todos preguntaban ¿va al paraíso?

La recta final del viaje a Chile ha sido Valparaiso por la sencilla razón de que allí vive una amiga que te hace amar esa ciudad sin haberla conocido, Victoria. Ella lo llama el “puertito”. No es pequeño, es un puerto con todas las letras, un puerto donde llegan cruceros, donde hay una intensa actividad económica, donde toda la vida gira en torno a este. Es un lugar que idealizas a través de la literatura, las fotografías y la oralidad, que es como mejor se cuentan las historias; cuando llegas a él, es más. No siempre pasa. La joya del Pacífico la llaman y el nombre le hace justicia.

La armada chilena tiene su sede en Valparaíso, si llegas en un día laboral, encuentras militares de ese cuerpo por todas partes y puede no parecer muy agradable (tengo incompatibilidad con los ejércitos y policías del planeta) y también es la sede del Congreso y Senado chilenos, y aunque estos bastara para dejar una ciudad sin alma, la elegante y rítmica decadencia que acompaña a la ciudad hace que sea todo lo contrario.

Valparaíso es un lugar que parece ser capaz de darte la mejor y la peor vida, un lugar canalla. Tiene todos los ingredientes para eso, mar, universidad, cultura, bares, personajes, artistas y personas de mal vivir, o eso parece. Hace unos años fue declarada ciudad patrimonio de la humanidad, eso supuso, no solo un inmenso orgullo para sus habitantes, sino un fuerte ingreso económico para que la ciudad pudiera restaurar casa y edificios, aquí también son fáciles los terremotos y su poder destructor. Me cuenta mi amiga, que muchos edificios que están en ruinas no se pueden tirar por esa misma declaración y no se pueden rehabilitar porque nadie sabe dónde fue a parar el dinero. Lo cierto es que la ciudad es dura y hermosa, con esa hermosura que da ser parte de los arrabales del planeta. Una ciudad con alma corazón y vida. Una ciudad acogedora como lo pueblos pequeños a los que una vuelve para sentir los abrazos.

Una podría perfectamente imaginarse una historia en este lugar lleno de casas de estilo colonial pintadas de colores que hacen juego con el cielo en los días despejados, de cables que las atraviesan, de grafitis que no lo son porque son tatuajes callejeros (y a los que dedicaré un espacio aquí solo para ellos), de bares del siglo diecinueve y principios del veinte donde aún se cantan tangos, de pequeñas librerías y tiendas, de tranvías y troleys. De personas enfadadas porque piensan que la ciudad se está degradando dado que se está dando un turismo invasivo consistente en personas que vienen solo a beber y a dormir en la calle sin implicarse con la ciudad y las muchas posibilidades que ofrece.

De cerros, tiene cuarenta y cinco (Cordillera, Polanco, Yungay, Alegre, Concepción, Arrayán, Playa Ancha, Florida, La Cruz, Las Cañas, Lecheros, Larraín, son algunos de sus nombres) a los que se sube en funicular a precios muy baratos porque en ellos viven gran parte de la población y desde los que se divisa otro cerro y siempre el mar. De cerros que se han revalorizado y son habitados con personas de más poder adquisitivo y a los que se sube en ascensor. De calles relucientes y sucias, de cerros donde se respira aire puro y donde es insoportable el olor. Porteños se llaman a sí mismo sus habitantes, como en un reto a los ciudadanos de Buenos Aires, que piensan que son los únicos porteños del mundo, y para lanzar un reto así, hay que tener asumida la condición con coraje y orgullo.

En Valparaíso escribió Pablo Neruda su Canto General, y donde nació el poeta Jorge Teiller, muy conocido pero de difícil supervivencia en el país de los Neruda, Mistral y Parra, donde vive Pancho, uno de los componentes del grupo Congreso, que la mayoría no conocemos, pero deberíamos, para esto también sirve viajar. Valparaíso es una ciudad de gatos, de muchos gatos por todas partes. Y sí hay gatos, hay ratones y palomas.

Una, cuando viaja, ve los lugares con la memoria idealizada, a veces los lugares se parecen a los que soñamos y a veces nada tienen que ver. A mí, Valparaíso me ha parecido un lugar para volver a vivir y descubrir todos los rincones, claros y oscuros que no se ven salvo si se tiene tiempo y mirada. Y un sentido de vida casi eterna, en primer lugar porque pareciera que en ella se ha detenido el tiempo, en segundo porque su ritmo de vida pareciera cadencioso y en tercero porque la ciudad lo merece y una se merece hacerse ese regalo. Valparaíso tiene pinta de ser una ciudad de novela negra, de asesinatos en callejones, de marineros con un amor en este puerto, de taberneras de labios pintado de rojos, falda estrecha, tacón de aguja y pañuelo al cuello; y unos hombros al descubierto para prestarlos al llanto de los hombres de la mar. Aunque no lo parezca, Valparaíso está viva  y puede que ese sea su poder y su encanto. 



Siempre mirando al mar
Escalera musical
Subida
Bar J. Cruz
Y en el bar J. Curz se come Chorrillana
Muelle Prat
Café bar La Playa
La reina de Valparaíso, Victoria en el bar La Playa
Puerto desde un cerro

Escalera de colores
Canto a Valparaíso en las paredes
Antigua cárcel de Valparaiso, hoy convertida en espacio público para homenajear a quienes allí fueron torturados y asesinados durante la  dictadura
Vista al Océano Pacíficos desde La Sebastiana, la casa de Pablo Neruda en Valparaíso
Vista a los cerros desde La Sebastiana, la casa de Pablo Neruda en Valparaíso

Avenida Francia
Mercadillo
Mercado Central en horas de almuerzo
Cerro Polanco, el cerro grafitero por excelencia




2 comentarios:

  1. Uish, lo que se me ha parecido a la Canarias profunda

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  2. Un gusto leer esta descripción de Valparaiso, con el estilo y cariño tan propios de una persona que va absorbiendo y transmitiendo belleza y encanto allá por donde pasa desde que sale el sol hasta el ocaso y mientras tanto, seguro que también. Gracias, Mariví

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