sábado, 30 de mayo de 2020

Fragilidad (semana once)

"El odio se amortigua
detrás de la ventana.
Será la garra suave.
Dejadme la esperanza". Miguel Hernández

Pasé el último domingo con mi madre, llegué temprano a su casa, dimos un paseo por el pueblo y tomamos un café, luego nos dedicamos a vaguear.

Esta semana ha tenido mucho de sobrinos, amigas para desayunar (Bego y Lucía) y playa, todo lo que está bien en la vida.

Mis emociones han sumado estos días, a la tristeza y la preocupación se suma algo muy parecido a estar furiosa, no consigo entender muchas cosas que están sucediendo, o quizás por eso. Todo me desconcierta y abruma, a veces siento que la cabeza me va a estallar.

Algunos lugares del mundo parecen ser un polvorín a punto de estallar, pero como no entiendo de geopolítica mucho, aunque no renuncio a hacerlo, me gustaría saber qué nos está pasando. En España pareciera que somos de memoria frágil.

Hemos pasado de un tiempo gris de tardes cortas a un tiempo de dolor de tardes largas. Pareciera que se nos han olivado todas las personas que han quedado en el camino durante estos casi tres meses ya. ¿Cómo es posible que cuando empiezan los diez días de luto oficial los gritos y las palabras que duelen sean de mayor calibre? ¿Cómo es posible que se nos haya olvidado que hemos pasado dos meses sin salir de casa para evitar que los hospitales colapsen a pensar que podemos volver a hacer lo que nos da la gana?

Pareciera que vivimos en mundos paralelo, no uno, ni dos, sino cada quien el suyo. No hemos acabado con la pandemia, no dejan de morir personas (muchas menos y eso es reconfortante); no dejan de ingresar personas en los hospitales (muchas menos y eso es reconfortante); no dejan de recibir el alta personas (muchas más y eso es reconfortante); muchas personas se han quedado sin ahorros para seguir viviendo, muchas personas han pasado a engrosar las listas de desempleados, muchas personas se agolpan a diario a las puertas de los bancos de alimentos, muchas personas se están multiplicando para ayudar a los colectivos más vulnerables. Al menos esta semana el gobierno ha aprobado el ingreso mínimo vital que va a paliar muchas situaciones que están mal, algunas de las cuales ya estaban mal antes. También es cierto que hay muchas personas que han vuelto a sus puestos de trabajo, sobre todo en bares y restaurantes, muchas a sus empresas y muchas otras siguen trabajando desde casa.

Mientras, otras muchas están pensando dónde pasar emigrar para poder trabajar, muchas personas están viendo reducidos sus salarios, muchas personas están volviendo a aceptar trabajos precarios; y muchas otras están pensando en qué lugar pasar sus vacaciones de verano sin correr riesgos para la salud y tratar de apoyar el consumo y la economía. 

En lo personal a mí aún me cuesta pensar en salir a divertirme como si nada hubiera ocurrido, he salido algunos días a desayunar para reencontrarme con amigas, pero el hecho de salir a otra cosa se me hace un mundo, no sólo por lo sentimental, también porque se supone que debemos seguir cuidándonos y, a veces, tengo la sensación de que no lo estaos haciendo; esas contradicciones humanas que atraviesan a una y te rompen en dos. 

Siento que durante este tiempo me he hecho vieja, o será el cansancio físico y mental que arrastro y que, a veces, me cuesta disimular. Ojalá echarse a dormir y que al despertar nada de esto hubiera sucedido. No sé cómo vamos a encarar el futuro, me gustaría que hubiera personas capacitadas que tuvieran un plan de futuro, futuro que para mí es septiembre, a la vuelta del verano que ya parece instalado en nuestras vidas.

Se acabaron los aplausos y llegaron las cacerolas y carreras de coches, en algunos casos, la irresponsabilidad de ir sin mascarilla y actuar como si fuéramos inmunes. Qué sé yo.

Después de noches tenebrosas en marzo y abril, mayo ha dado paso a mil preguntas sin respuestas, a las dudas sin certezas. ¿Qué ha sido para mí este confinamiento? ¿Qué ha sido para nosotros como sociedad? Al final de cada día yo sigo buscando lo mejor del día en un intento de darme esperanzas a mí misma, pero no es fácil, a veces el ruido lo empozoña todo.

Nos veo caminando con mascarillas y pienso que somos un ejército; a menudo siento que la mascarilla es como un burka, este lo usan las mujeres en algunos países para protegerse y proteger a sus familias, para evitar que las maten y pienso que la mascarilla es lo mismo, la usamos para protegernos y proteger a quienes están a nuestro lado o nuestro alrededor, pero no deja de parecerme opresiva. Esto es un ejercicio de honestidad que tengo que hacer. A veces, detrás de la mascarilla se intuyen miradas tristes, demasiado tristes.

Me preguntaba mi amigo Carlos estos días si en nuestras primeras salidas a la calle he visto más felicidad o miedo, le respondí que ambas; él me contó que en México les han dicho que tendrán que estar confinados hasta agosto y que eso hace que cunda el desánimo, yo le respondo que quizás todo mejore pronto, más como un deseo que como una posible realidad. Le cuento también que aquí se han dado prisa en abrir los bares y restaurantes pero que no hay plan para abrir colegios, universidades y bibliotecas, también que estos días han abierto algunos museos y que no sabemos cuándo abrirán los cines, para mi pesar.

Esta situación debería ser una oportunidad para cambiar todo lo que estaba mal y no cometer los mismos errores del pasado si no nos comieran las prisas e hiciéramos las cosas bien, que siempre es más fácil que hacerlas mal, aunque esto último se lleve el protagonismo. Y la prisa no es lo mismo que la urgencia No debemos ni podemos olvidar lo vulnerables que somos ante una situación inesperada y, aunque suene a frase hecha, tenemos una oportunidad única de ser mejores, como personas, como país, como continente, como planeta, nos jugamos el presente inmediato y el futuro cercano; aunque a veces pareciera que estamos reducidos a cifras, quienes habitamos este mundo somos personas, con nombre y apellidos, con distintas realidades y en el peso global, son más las buenas que las malas, y ya sé que parece que las malas ganan siempre, no lo consintamos. No dejemos que lo hagan, seamos un mar de fueguitos que decía Eduardo Galeano.

Cada día tenemos tiempo de seguir cuidando y cuidándonos, de seguir aplaudiendo, de seguir agradeciendo, son miles, millones de personas en muchos ámbitos laborales que nos cuidan, día y noche, sin descanso, en todos los lugares, en todos los idiomas. Tenemos que seguir siendo personas amorosas, empáticas, solidarias, sanas, personalmente y en colectivo, porque nada somos sin quienes nos rodean. Y disponemos todavía de tiempo, a diario, para pasear, jugar, leer, dibujar, ver películas y series y hasta de no hacer nada, que eso también nos alimenta.

Quizás estas entradas se están volviendo más personales o estúpidas, vete tú a saber, pero es difícil a veces guardar silencio mientras otros gritan y como es mi espacio, digo lo que quiero y de paso comparto y me desahogo, que nunca viene mal. No lo sabéis, tengo un cuaderno en el que desde el primer día voy anotando lo que sucede a mi alrededor y lo que pasa por mi cabeza, eso me ayuda a no olvidar.

Os dejo este relato que me ha gustado mucho, en él hay mucha humanidad, profesionalidad y bondad «Tratamos a los muertos por COVID-19 con mucho cariño ya que no tenían a su familia»

Hay una canción de  Pedro Guerra y Jorge Drexler que me gusta mucho, Cuídame se llama. Salud, paciencia, empatía y amor. Feliz semana.






No hay comentarios:

Publicar un comentario