domingo, 20 de septiembre de 2015

Y la tierra tembló

Chile (toma 1). Mamá, esto es para ti, sé el dolor que te causa esta distancia.

Después de veinticuatro horas volando y diez de sueño, creo que más o menos he aterrizado en el lugar en el que trabajaré y viviré las próximas dos semanas, en la universidad Austral de Chile, en Valdivia.

Ha sido un viaje largo, pero no aburrido, os cuento. Nada más llegar al aeropuerto de Sevilla, me dan la tarjeta de embarque hasta Madrid, pero no hasta Santiago de Chile, es un vuelo conjunto con otra compañía y unas vez que llegue a Madrid tendré que dirigirme al mostrador a por la tarjeta de embarque, pero vayamos por parte.

En el aeropuerto de Sevilla para poder acceder tienes que quitarte el cinturón de los pantalones, las botas (sí, llevaba botas, ya sé que en España aún es verano, pero en Chile aún es invierno, así que para no andar cargando más, las llevaba puestas desde casa), sacar el ordenador de la funda y luego volverlo a guardar todo.

El vuelo es corto y pegajoso; sí, pegajoso, a mi lado se sienta una pareja hispano-venezolana que se pasa todo el viaje dándose besos ruidosos, esos besos de pueblo que Almodóvar retrato tan bien en todo sobre mi madre y que desde mi punto de vista volcánico, matan toda la libido posible. Sí, puedo ver los que estáis pensando, soy más partidaria de los besos que te llevan al estrecho baño del avión a tener sexo salvaje (cada quien es cada cual).

Una vez en Madrid tuve que salir como si ese fuera mi destino final y buscar el mostrador de la compañía con la que vuelo hasta Santiago ¿y qué más da? diréis, el caso es salir, pero no; con otra tarjeta de embarque en la mano, de nuevo tuve que despojarme de todo y en ese caso además, sacar la batería del ordenador, antes de hacer fila para mostrar tu pasaporte, es difícil entrar en este país, pero salir a veces es muy molesto, la verdad.

El avión viene con retraso, no mucho; salimos poco después de media noche y la idea de que no viajen muchas personas para poder ocupar tres asientos y descansar un poco mejor se esfuma. Al entrar en el avión, ya están sentados quienes viajan en primera clase y es manifiesto en su cara lo mucho que les molesta tanto pobre pasando por delante de ellos a viajar en clase turista, es lo que hay. Es curioso porque a mi lado viaja una señora cuyo marido viaja en primera, y cada rato durante el vuelo, se levanta de su lujosa posición, desciende a turista y le da un beso a su señora, que se lo devuelve y de nuevo al lujo, eso también debe ser amor.

Pasadas trece horas de vuelo llegamos a Santiago de Chile habiendo visto un amanecer espectacular por la cordillera de los Andes. Hacemos unos treinta minutos de fila antes de pasar el control de pasaportes y poder ir a recoger el equipaje. Una vez hecho este trámite, me encamino hacia la salida de vuelos nacionales, para facturar y sacar la ¡¡tercera!! tarjeta de embarque que me lleve a Valdivia, aún faltan casi tres horas; tras cambiar dinero voy a tomar un café y ver si dispongo de conexión a internet para avisar a mi familia que he llegado bien.

Nada más sentarme en una mesa pido un café y una amable camarera me dice que hay que esperar un poco porque acaba de temblar la tierra y no es fácil volver a hacer que los aparatos funcionen, lo mismo para la conexión wifi, hay pero no funciona. A los pocos segundos siento como la mesa en la que estoy se mueve, no una, ni dos, hasta cuatro veces ¡¡¡no doy crédito!!! De pronto, miro a una señora sentada en una mesa al lado que me hace señas con la mano de que me calme y me dice que no es nada, que su madre vivía en la capital y no lo ha sentido. Solo en ese momento soy consciente de que mi cara palidece hasta volverse transparente y que debo parecer aterrada, la señora a cada rato me sonríe y de pronto yo siento que voy a echarme a llorar, el cansancio, la falta de sueño, y la tierra moviéndose hacen que me sienta vulnerable y sola; la sonrisa de la señora me hizo compañía, y cuando se marchó, otra chica que estaba enfrente hizo lo mismo, no dejaba de sonreírme, como si hubiera comprendido que estaba asustada. Y lo estaba, pasa toda tu vida por la cabeza en ese momento. Nunca agradeceré lo suficiente el calor que ambas me dieron en esos momentos.

Eso sí, los chilenos viven los terremotos con mucha dignidad, saben que hacer, como reaccionar, forman parte de su vida casi diaria.

Las réplicas del terremoto no afectan a los vuelos. Tras un nuevo registro aduanero salimos en hora hasta Valdivia, y para mi sorpresa, el avión aterriza unos minutos en Osorno para dejar a algunos pasajeros y que suban otros, como si fuera un bus o tren con diversas paradas, esto me causa mucha risa y admiración por el buen uso de los recursos que tienen. Al llegar a destino, el personal de la tripulación nos obsequia con un dulce típico para agradecer que hayamos volado con ellos y que tengamos una buena estancia, y esto es una gran y agradable sorpresa, tomemos nota.

El aeropuerto de Valdivia es muy pequeño y está en mitad del campo, tal cual, y tiene un buen servicio de equipaje, apenas tardan unos minutos en llegar a nuestras manos. Desde la universidad a la que vengo me habían dicho que un servicio de transfer me recogería. Al salir del aeropuerto, veo en un mostrador un cartel con mi nombre y al identificarme me llevan hasta una camioneta; así nada más llegar aprendo que un transfer (palabra bastante común aquí) es un servicio que te transfiere de un lugar a otro.

Ya en Valdivia, a la que llamar la perla; os voy contando, más de ella, que de mí.

La cordillera de los Andes

Arriba y abajo de las nubes, disfrutando como una niña

El volcán de Osorno (y yo pensando en el hombre de la montaña)

Aeropuerto de Valdivia

¡¡Me buscan!!




Valdivia

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