No muerdas la mano que te da de
comer. Ese es un mantra que cae sobre los trabajadores desde que el mundo es
mundo y que ahora es más religión que nunca.
Y olvidamos que lo que nos da de
comer es nuestro trabajo, los madrugones, las tardes de guardia, las noches de
centinela, las jornadas partidas, los fines de semana sin descanso.
Ningún presidente, ningún
ministro, ningún director general, ningún consejero, ningún rector, ningún jefe
de servicio nos da de comer, ninguno. Ni en la empresa privada, ni en las
instituciones públicas, en estas menos que en ninguna, porque todos los citados
anteriormente van y vienen y somos los ciudadanos quienes les pagamos a ellos.
Y quienes trabajamos en
instituciones públicas nos debemos a los ciudadanos que con sus impuestos pagan
nuestros salarios y nos debemos a las instituciones para las que trabajamos,
nunca a las personas que las gobiernan, a estas les debemos respeto, apoyo y
crítica para ser mejores, nunca sumisión.
Y llevamos demasiados años no
solo no mordiendo la mano que se supone nos da de comer, sino que habitualmente
lamemos la mano que se supone nos da de comer, y mientras la lamemos nos
callamos, porque también nos dicen que es mejor callar no vaya a ser que por
hablar te quedes sin trabajo, y mientras la lamemos, nos agachamos, porque nos han dicho que es
mejor nos destacar para que no te quedes sin trabajo.
Y entonces es cuando ya hemos perdido,
porque cuando la sumisión, la inclinación y el silencio es lo que rige tu vida
laboral, te has convertido es un esclavo, no ya del sistema, sino de los miedos
que con suerte han conseguido que sientas. Y un día de la esclavitud habremos
pasado a la nada y a los nadie, un mundo
moderno lleno de nadies. Y de desempleados que nunca mordieron la mano que jamás les dió de comer.
Mientras, la mano que se supone
que nos da de comer y que no debemos morder, sonreirá a carcajadas, carcajadas
que serán la banda sonora de nuestras vidas. De nuestras tristes vidas de
trabajar para comer sin disfrutar.