martes, 28 de mayo de 2019

Releyendo Ensayo sobre la lucidez

"...los electores, esos que son los supremos valedores de la democracia...", Ensayo sobre la lucidez

No sé y no recuerdo cuando empecé a leer a Saramago ni tampoco que me llevó a él, probablemente mi madre, a la que siempre he visto leer. Puede que también lo primero que leyera de él fuera una entrevista o un artículo de opinión, de cualquier modo, sea lo que sea, me ha traído hasta aquí como a vosotros y vosotras.

Mi novela favorita de José Saramago es Memorial del Convento, he disfrutado mucho con La balsa de piedra, el año de la muerte de Ricardo Reis, El evangelio según Jesucristo, ensayo sobre la ceguera, viaje a Portugal, levantado del suelo, el viaje del elefante, Claraboya, Las pequeñas memorias  y sobre todo me he reído mucho con Las intermitencias de la muerte, hay alguna que no he podido terminar y no pasa nada, como él mismo me dijo un día, si una novela no te gusta, no estás obligada a leerla, hay mucho más siempre por leer.

La que no he citado hasta el momento es Ensayo sobre la lucidez, y es que es esta, la que se ha convertido en mi novela de cabecera o de referencia vital e intelectual; es a la que siempre recurro en tiempos de turbulencias e incertidumbres políticas y electorales y en los últimos años estamos teniendo de ambas, tanto en nuestros países como en los de otros lugares del mundo, la entrada de la ultraderecha en gobiernos y/o parlamentos del mundo, con los terribles resultados de sus políticas que ya vamos conociendo.

Es la novela que más recomiendo siempre de José, por reveladora, por la misma lucidez.

Esta novela, que fue publicada en 2004, mucho antes de que la crisis se hiciera palpable, se desarrolla en un país que podría ser cualquiera de los que conocemos, me impactó la primera vez que la leí, fue como una revelación, como una respuesta a todas esas preguntas que una siempre se hace en su cabeza ¿qué podemos hacer?, ¿cómo nos podemos organizar, seremos capaces alguna vez? Seguido de un, ojalá en muchos países las población se organizara para dar un vuelco a las elecciones que sería dar un vuelco al sistema. Como Saramago repetía muchas veces en los últimos tiempos, no nos hemos enfrentado, no nos estamos enfrentando a una crisis económica, sino a una crisis moral, que es la que de verdad corrompe.

Y por esto, los protagonistas de la novela  están todos en una nueva tesitura, la ciudadanía y el gobierno con todos los estamentos a su cargo; una vez conocido el resultado de las elecciones la única respuesta de los gobernantes y los partidos cómplices del sistema es hacer uso del miedo,  la desinformación, la mentira, el terrorismo de estado, porque siguen sin ver más allá de sus narices, presos de su ceguera y sus propios miedos.

Desde mi punto de vista, la novela plantea una forma inédita de rebeldía, los gobiernos quieren que los ciudadanos seamos sólo votantes y pagantes y el resto del tiempo, súbditos; votantes de sus programas políticos, pagantes de los desastres que causan las políticas que llevan a cabo para favorecer a los de siempre que son quienes en realidad manda; súbditos para ver, oír y callar.
Mientras, el gobierno no se da cuenta que el pueblo ha perdido el miedo, nada les asusta, a tal extremo que durante el estado de excepción no se produce ni un delito, nada de violencia, solo una tensa calma.

Yo creo que lo que plantea esta novela es una rebeldía, como un estado más o menos permanente, que una revolución, dado que el tiempo ha demostrado que los revolucionarios una vez instalados en el poder dejan de ser revolucionarios. Una rebeldía que consista en que la ciudadanía estará vigilante una vez que hayan pasado las elecciones. Podría parecer que el libro lo que pone en cuestión la democracia, de hecho, muchas veces le preguntaron a José por esto mismo, en cambio, a mi parece una historia que de ser llevada a la realidad solo podría llevar a una más y mejor democracia.

Al igual que en ensayo sobre la ceguera, algunos de cuyos personajes transitan por este Ensayo sobre la lucidez, una puede caer en la tentación de dejarse arrastrar por la desesperanza y el desasosiego; leída una segunda vez parece más esperanzadora, “la esperanza es como la sal, no alimenta, pero da sabor al pan” dice uno de los personajes y nos muestra que otro mundo es posible, no fácil, posible, si todos sabemos sumar frente al poder manipulador, corrupto y ciego. Y que seamos los ciudadanos, las ciudadanas, los dueños y las dueñas de nuestro propio destino.

viernes, 17 de mayo de 2019

La salud, el dinero y el amor

Durante este mes de mayo mi familia hemos pasado diez días en el Hospital público Juan Ramón Jiménez de Huelva; a mi hermano más pequeño, Paquito (sí, sé que suena raro con cuarenta y cuatro años) le dio un infarto y era el mejor lugar para estar.

Desde el primer momento la atención fue extraordinaria, cosa por otro lado habitual en la sanidad pública, a pesar de la mala gestión de los gobiernos, de la mala gestión de los gestores de hospitales, de los recortes, de las restricciones, desde la primera hasta la última persona que allí trabajan está entregada a la tarea de salvar vidas (casi siempre), traer vidas, mantener vidas, componer la vida que se descompone.

Normalmente pienso que a quienes trabajamos en la administración nos pagan por hacer nuestro trabajo bien y no necesitamos ningún extra; la verdad es que hay una íntima satisfacción cuando alguien agradece tu trabajo de forma personal, con una sonrisa, con un apretón de manos y hasta con un detalle, sé bien lo que es eso, he sido afortunada en detalles generosos. Es por eso que no puedo, ni quiero, ni debo hacer otra cosa que agradecer el trato exquisito hacia mi hermano y hacia mi familia, gracias más amplias e infinitas porque soy consciente de la complicada situación en la que encuentra la sanidad pública en Andalucía.

Luego está la vertiente humana de los hospitales, las salas de espera, los pasillos, el bar los alrededores, es otro mundo y en este mundo los familiares se miran y se reconocen en el dolor, en la incertidumbre, en la esperanza, en la alegría. se comparten comidas, cafés, caramelos, gominolas, se crean lazos que son duraderos durante la estancia, pocos se mantienen fuera, pero eso forma parte de la normalidad, una vez fuera del hospital, la vida sigue.

El cambio más profundo que he sentido con respectos a otros años de hospitales (y he pasado muchas noches en ellos), es el teléfono móvil, ese artilugio que nos da tanta alegría usar y que a veces se convierte en pesadilla. Tal cual.

Están las personas que hablan gritando, tanto que no necesitarían ese teléfono, por otra parte, es asombroso la manera en se ventilan las intimidades sin pudor, madre mía que historias se podría escribir allí; están las que tienen como tonos de llamada una orquesta cantando para todo el pueblo, por el volumen; están las reciben mensajes de voz y los escuchamos todos, también quienes reciben vídeos, que también vemos todos, y por último, los juegos, están quienes juegan y el sonido es el de la fórmula 1 en Jerez de la Frontera; y si esto es molesto para mí, no puedo imaginar lo que debe significar para una persona que esté enferma.

Y así, entre idas y venidas, os cuento que este año por primera vez en mi ya larga vida de contribuyente me toca pagar impuestos, esto no quiere decir que no pagara antes, es que en balance anual salía que hacienda me devolviera al haberme retenido de más en los impuestos, y este año han cambiado las tornas. No me quejo, de hecho, la retención que hacen en mi nómina mensual es de las más altas porque no tengo hijos, aunque a veces pienso que mantengo a los hijos de otros (aquí debería haber un guiño). Es para mantener, entre otras cosas, la estupenda sanidad pública en España, que los pago con gusto, con placer, con orgullo. 

Gracias a la unidad de cardiología del Hospital Juan Ramón Jiménez, muchas, muchas gracias. Gracias a todas las sanidades públicas, a sus profesionales, todos los días, en todos los lugares, en todos los idiomas. Y larga vida. Salud.