lunes, 24 de marzo de 2014

Sordos


Es probable que sea yo la que se está quedando sorda, intento, aunque no siempre lo consigo, no alzar la voz al hablar y trato de que todos los sonidos a mi alrededor sea tenues, aunque hay quien me puede acusar de gritona y tendrá razón, lo era; por  eso me sorprenden algunas cosas.
Cuando voy por la calle sola, siempre suelo llevar los cascos puestos, a veces oigo música y a veces oigo la radio, eso me aísla bastante de lo que pueda ir sucediendo a mi alrededor, en honor a la verdad para hacer esto cada vez más a menudo (aislarme para viajar a mi mundo) no necesito ponerme cascos.
A lo que voy, que me pierdo. Días pasados se me olvidaron los cascos en casa y me dio pereza volver por ellos, así que me encontré con sonidos que casi me eran desconocidos, mucho ruido de voces, voces de personas, que aparentemente hablaban por teléfono, pero que no parecían necesitarlo por las voces que estaban dando, les debía escuchar igual. Coches y autobuses más ruidosos de lo habitual, música que sale de los bares como si estos fueran el infierno.
Hace unos viernes, al salir del teatro con unos amigos, nos fuimos a tomar una cerveza, encontramos lugar en una terraza y nos acomodábamos, de pronto nos dimos cuenta que estábamos alzando la voz, todos, pero era porque una mesa ocupada por unas 10 personas a nuestro lado, tenían unos decibelios por encima de la media, los niños gritaban y los padres más y así en bucle; fue una cerveza y una tapa en la que apenas solo podíamos oír las voces de otra mesa, no nos fuimos, pero si recomendamos a otra amiga que llegó, que ni se sentara, que se fuera, cosa que hizo, y nosotros en cuanto pudimos.
Por razones que no vienen al caso, estos días he tenido que visitar al médico (todo bien) en dos ocasiones por la tarde y una por la mañana. Bueno, pues en la mañana la espera hasta que llegue tu turno es insoportable, hay gente que entra gritando desde el primer escalón y sin decir buenos días te pregunta qué número tienes desde metros antes de llegar a la consulta, en cuanto toman asiento y se forman corrillos, el tono va subiendo, no importa que les digas que es un centro de salud, que hay gente que no se siente bien, o que simplemente que hablen más bajo, que no tienes interés en lo que dicen, es casi imposible escuchar el silencio en un centro de salud. En cambio por las tardes todo es un mar en calma.
Pues bien, el día que fui por la mañana al médico, mientras esperaba el bus para ir al trabajo, entre en el bar de la estación de autobuses a tomar un café, cuál no sería mi sorpresa cuando a los dos minutos, uno de los camareros puso la televisión en un canal musical como si fuera una discoteca, ¡¡¡eran las 9,30 de la mañana!!! Con toda mi buena educación le pedí si podía bajarlo, que era insoportable y me dijo que no, que eso era lo que estaba permitido, lo dudo, pero yo parecía ser la única infeliz allí con tal volumen, así que me bebí al café rápidamente y me fui, dudo que vaya a volver si siguen con la música así.
Podría relatar el viaje en bus, en el que como el conductor pone la radio muy alta, los pasajeros, para escucharse alzan la voz, y si no alzan la voz, alzan el volumen de los auriculares que se ponen para no escuchar nada a su alrededor, pero tu escuchas la radio del bus, las voces de los pasajeros y la música del de los auriculares, y así…..

Yo no digo que no haya que gritar, hay que hacerlo, en las manifestaciones para que nos oigan, cuando nos atacan para que nos ayuden, cuando sentimos rabia, cuando sentimos dolor, cuando estamos felices, ¡¡¡claro que hay que gritar!!!, pero es muy importante no dejar de hablar.
Me pregunto, si tal y como dice José Saramago al final de Ensayo sobre la Ceguera “creo que no nos quedamos ciegos, creo que estamos ciegos. Ciegos que ven, ciegos que viendo, no ven” no nos estaremos convirtiendo en sordos, sordos que oyendo, no oyen.
A mi me gusta hablar y escuchar. Sin gritar. Casi siempre. Estoy disponible.

jueves, 6 de marzo de 2014

Un Panero y yo

“De todos los favores que pude prometerte, te debo la locura” Leopoldo María Panero


No voy a presumir de conocer profundamente a Leopoldo María Panero, su obra y su familia, porque mentiría, solo voy a contar un par de detalles que hacen de la vida un lugar de encuentros imprevisibles y afortunados. He visto dos veces la desgarradora El Desencanto y he leído algunos de sus poemas y luego me he limitado a seguir todo lo que en prensa se publicaba sobre  él, porque era alguien que me fascinaba. 

Hace muchos años, muchos,  cuando para ir de Huelva a Madrid había que coger el coche cama del tren, me diez días de voluntaria al hospital psiquiátrico de Ciempozuelos; no me preguntéis porqué, simplemente lo hice.

Cuando llevaba allí un par de días y había tomado conciencia de lo que era aquello, me aventure a pasear por aquella ciudad (si, de locos, pero una ciudad, dada la cantidad de gente que allí habitaban); y en uno de esos paseos encontré sentado en una mesa, junto con muchos otros, a Leopoldo María Panero, como siempre con un cigarro en la mano, como ausente, pero probablemente más presente y cuerdo que muchos de nosotros, antes y ahora. En realidad aquel centro era espeluznante, excitante y reconfortante a la vez.

Y casualidades de la vida, hace dos años, en mayo de 2012, me fui unos días de vacaciones a Gran Canaria y en unos de los paseos por la ciudad de Las Palmas, sentado en una terraza, volví a encontrar a Leopoldo María, como siempre rodeado de gente, como siempre con un cigarrillo en la mano, como siempre pareciendo ausente.

Recuerdo que me paré a mirarlo con profunda admiración y alegría (por entonces no sabía si aún seguía vivo) de alguna manera lo sentí como un reencuentro. Seguí caminando, pero de pronto no pude resistir la tentación de robarle una foto, como para que quedara constancia de que seguía vivo y de que me alegraba que fuera así. 

 Creo que estos gestos formaban parte de él. Hoy me desperté triste, sin saber porqué, al rato lo supe, aunque tardó unas horas en confirmarse. Solo espero que donde quiera que vaya este Panero sea libre, más libre que en este mundo que le toco vivir, nosotros somos más huérfanos.