Para Desiree Reyes, amiga.
Estamos celebrando los 40 años de la publicación de la
novela Levantado del suelo, y si bien yo no voy a hablar de esta, es cierto que
toda la rabia, la impotencia, la rebeldía que hay en ella, se vuelve una
constante en la obra de José Saramago. Si me preguntaran qué identifica, desde
mi punto de vista, la obra del escritor, diría sin dudarlo con la rebeldía, el
compromiso y la esperanza. Y el buen uso de las palabras, porque las palabras
mal usadas, no sirven para nada, no son útiles, ni al escritor, ni al lector,
ni a la humanidad.
Y es por esto que pienso que gran parte de la obra de
Saramago posterior a Levantado del suelo está impregnada de rebeldía,
compromiso y esperanza y Alabardas no es la excepción.
Para empezar esta es una novela inacabada, al menos
eso nos dice la faja que acompaña esta edición, una vez leída no estoy tan
segura. Quizás es una novela no corregida o no editada, por el uso de las
minúsculas en nombres y lugares, pero hasta eso ha de tener su razón de ser y
da sentido a esta historia
No quiero con esto desmentir a la editorial, ni a
Pilar, ni a la fundación; lo que quiero decir es que, dado que esta novela no
tiene el final esperado, quizás podamos los lectores escribirlo, y no en papel,
en nuestras vidas. Todas, todos, en algún momento de nuestra existencia, o en
muchos, yo tengo épocas de a diario, hemos querido desenmascarar en nuestro
lugar de trabajo algo que no nos gusta, que nos crea contradicciones, que nos
molesta, algo que a veces ni nos atrevemos a comentar en voz alta, si acaso con
nuestras personas más cercanas.
Lo que esta historia inacabada nos viene a contar es
como un trabajador de una fábrica de armas, tras ver una película sobre un
sabotaje a una bomba en la guerra civil española, se pregunta ¿qué y cuánto
tuvo que ver esa empresa en esa guerra? que ha marcado y de qué forma, el
devenir actual de nuestro país. Quizás el final de esta novela ya lo sabemos,
hoy en día conocemos perfectamente qué papel juegan todas las empresas que
fabrican armas y todos los gobiernos que las compran y las venden; las armas
matan, lisian, hieren y para eso son creadas, no es cierto el mito de que las
armas son para defenderse, las armas siempre son para atacar. “Siempre ha habido guerras y siempre las
habrá”, dice Artur Paz Semedo en un tono innecesariamente doctoral, el hombre
es un animal guerrero por naturaleza, lo lleva en la masa de la sangre. Y
sólo tenemos que echar un vistazo a nuestro alrededor para ver los conflictos
armados que existen, quizás ya los conflictos no son tan cruentos (si es que
hay alguno que no lo sea), son más sofisticados, las armas también. Un arma no
es sólo una pistola, lo es también una depuradora que no llega a un pueblo y
sus habitantes mueren envenenados, pero esta es otra historia.
Me gusta, especialmente, de este libro la puerta que
nos abre hacia la novela de Andrés Malraux L´Espoir,
también a la película del mismo título, es la que desata las dudas de Artur Paz
Semedo, que no estando seguro de hacer lo que quiere hacer, recurre a su
exmujer (pacifista convicta y confesa), para conseguir los ánimos que le faltan
y que logra que el jefe supremo de la fábrica, autorice la investigación en los
archivos de la misma durante los años treinta, previos y durante la guerra
civil; para ser una novela inacabada, suceden demasiadas cosas.
Y también me gusta que el libro refleja el amor por el
cine de José Saramago, las referencias son La
gran Ilusión, Ran, El acorazado Potemkin, Apocalyse now, La delgada línea roja,
El día más largo, Los cañones de Navarone, Cartas desde Iwo Jima, La batalla de
Midway, Destino Tokio, Patton, Pearl Harbor, Las batallas de las Ardenas,
Salvar al soldado Ryan, La chaqueta metálica, menuda elección ¿eh?.
Todas estas referencias me llevan a concluir que el
autor vio estas películas de manera diferente a como las hemos visto el resto
de las personas, las vio de forma que en un momento dado las preguntas que se
hizo tras verla necesitaban respuesta y son estas Alabardas. Sirva esta
referencia para que volvamos a ver en algún momento estos clásicos del séptimo
arte y, bueno, yo no sería yo si no hiciera referencia a él.
En apenas 90 páginas, no sólo conocemos una historia
que nos invita a intuir un final, también se deja sentir la soledad, la
amabilidad, la educación, el desamor, la dependencia emocional. Encontramos
asimismo un breve dietario de los días en los que José quería tener tiempo para
escribir.
Escribí este texto antes de leer las aportaciones que
han hecho a él Fernando Gómez Aguilera, y Roberto Saviano. Aclaro esto porque
cuando leí lo que ellos habían escrito pensé que eso era lo que yo hubiera
querido decir, aunque lo digo peor.
Fernando Gómez Aguilera, poeta, ensayista y amigo, nos
cuenta, con mucha ternura, como tras publicar Caín, Saramago rescata las notas que tenía para esta historia y
como tras Las intermitencias de la muerte
y aparecida ya la enfermedad, José buscó refugiarse en la escritura y se
preguntaba constantemente si le daría tiempo a escribir todo lo que quería, os
invito a leer su aportación porque es muy emocionante y la emoción a veces es
una cosa íntima y personal.
Roberto Saviano, escritor italiano que vive escondido
desde que destapó a la mafia italiana en Gomorra.
No tuvo mucho tiempo para relacionarse con él, pero a veces esto no es
necesario si eres lector o lectora de su obra; estoy convencida que el los
Artur Paz Semedo que Saviano relata que conoció, son los mismo que conocía
Saramago.
En ambas aportaciones hay respeto, admiración, cariño
y mucho echar de menos, no son las únicas personas en el mundo a quienes les
ocurre, raro es el día en el que, en nuestras conversaciones, nuestras redes
sociales o en algún medio de comunicación, alguien pregunta ¿Qué hubiera dicho
José Saramago? Y estoy segura que él nos volvería a interpelar, porque eso es
lo que hacen sus libros, interpelarse e interpelarnos.
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