lunes, 29 de junio de 2020

Las películas de mi cuarentena (VIII)

“El cine te hace estar en lugares imposibles”, Alex de la Iglesia

Y, por eso, cuando la cuarentena avanza a su final, he seguido viajando a través del cine; os voy a contar en qué lugares he estado.

Mi nombre es Baghdah (Meu nome é Bagdá, Caru Alves de Souza 2020, Brasil); Baghdah es una joven de dieciséis años, a la que le encanta el Skate y que vive en un barrio de una ciudad brasileña. Su entorno está lleno de afecto en una casa de mujeres fuertes de todo tipo y edad y que casi siempre se relaciona con chicos porque se supone que son quienes practican el deporte que a ella le gusta, su pelo corto y las sudaderas grandes no le restan un ápice de glamour ni cuando la policía los acosa. Esta es una historia maravillosa de amor, amistad y convivencia, en la que siempre hay lugar para la esperanza, la protagonista, una sorprendente Grace Orsato, hará que te enamores de ella sin remedio, es toda fortaleza, ternura, principios y personalidad. La película es una muestra de que con respeto podemos convivir juntos en cualquier circunstancia y adversidad porque cada quien pone al servicio de lo colectivo lo mejor que tiene y es.

Queen Lear (Pelin Esmer 2019, Turquía); unas mujeres campesinas de un lugar remoto en Turquía que convierten al Rey Lear en reina a través de un grupo de teatro que da otro sentido a sus vidas. Este documental lo vi todo el tiempo con sorpresa y alegría. Ver a un grupo de mujeres de distintas edades, sin formación teatral, con el rostro surcado de arrugas porque no han hecho otra cosa en su vida que trabajar en el campo, es todo un viaje. Ante los atónitos ojos de los vecinos de pueblos pequeños a los que no llega ni el agua, ellas se transforman en personajes masculinos y a los hombres en personajes femeninos, dando la vuelta a todo el estereotipo machista que podamos imaginar en el pueblo turco. Los ochenta y cuatro minutos que dura hacen las delicias de cualquier mente abierta y ávida de un descanso para el alma y el corazón.

La casa de verano (Les estivants, Valeria Bruni Tedeschi 2018, Francia); una directora de cine y su hija Anna llegan a una maravillosa casa en la Costa Azul para recuperarse de su separación matrimonial e intentar escribir el guion de su nueva película. En dicha casa se encuentra con su familia, amigos y empleados, pero nada es lo que parece. No conozco a ningún director y tampoco a ninguna directora de cine que sepa tratar el tema de la locura como enfermedad de la manera en que, también como actriz, lo hace Valeria Bruni Tedeschi; es capaz de hacer que seamos conscientes de lo dura que es y al mismo tiempo, que sintamos empatía hacia las personas enfermas, sin caer en el miedo que a veces nos causan sus actitudes, es imposible estar más locos y a la vez parecer tan cuerdos, como si nos estuvieran diciendo que es la sociedad la que no anda bien. Yo diría, sin temor a equivocarme, que es como si los protagonistas de La gran belleza hubieran decidido salir de Roma y pasar unos días en la Costa Azul mezclados con el servicio. Bien es cierto que yo tengo devoción por esta directora y actriz, capaz de abordar con resultado notable todo lo que se proponga.

Soñadores (The dreamers Bernardo Bertolucci 2003, Reino Unido); dos hermanos de una aristocrática familia se quedan solos durante el verano del 68 francés y, mientras sus padres están de vacaciones, y tras conocer a otro joven en una revuelta, deciden tener su propia revolución emocional y sexual. Honestamente he de reconocer que esta película me ha impactado más ahora que cuando la vi por primera vez, y ese impacto tiene que ver con la certeza de que la moralina que envuelve a la sociedad hoy en día, haría imposible rodar una historia así. Las personas de mi generación éramos (seguimos siendo algunas), más libres emocional y sexualmente hace veinte años de lo que ahora es la generación del siglo 21. Cierto que la historia se centra en una aristocracia rancia y alejada de la realidad, lo que hace que todo parezca sucio por perverso, como si la perversidad, en forma de experimento y disfrute, fuera solo un derecho de ricos. Una joven Eva Green haciendo una declaración de principios de lo que es capaz de hacer como actriz, en manos de un Bertolucci que se atrevió a casi todo en el cine y a quien no deberíamos juzgar con los parámetros de hoy, por nuestro bien y el de la cultura. Debajo de los adoquines no estaba la playa, pero qué bonito fue soñar.

Los informes sobre Sarah y Saleem (Muayan Alayad 2018, Palestina); una mujer israelí, un hombre palestino y la pasión, hasta que todo salta por los aires al ser descubiertos. Llegué a esta película con curiosidad y cierto temor a encontrarme una historia en tonos pastel en medio de un conflicto tan doloroso como el que hace años mantienen el estado de Israel y Palestina. Descubrí una película muy bien armada, con una dirección potente, un guión extraordinario y un elenco que funciona de manera espectacular. Todo el tiempo la historia de ellos dos está atravesada por el conflicto político, del que si no tienes idea, vas a salir con una clara, no hay matices en el desarrollo;  una guerra sucia puede saltar por encima de las pasiones y narrar también la corrupción y los manejos burdos a la hora de encontrar culpables, y salvarlos o condenarlos, en ambos bandos, lo sean o no. Destaca en ella la fortaleza y la integridad de dos mujeres (espléndidas Hanan Hillo y Sivane Kretchner), a las que la búsqueda de justicia las une irremediablemente por encima del dolor,  razas y credos, lo que hace el final más inesperado que podamos encontrar.  El director, palestino de Jerusalén, sabe bien de lo que  habla y hay que estar al pendiente pues tiene mucho que decir.

Ya no estoy aquí (Fernando Frías de la Parra 2019, México); un joven mexicano de 17 años, al que le encanta bailar cumbia con sus amigos, se ve obligado a huir de Monterrey a los Estados Unidos por las amenaza de un cártel y una vez allí intenta adaptarse sin conseguirlo, por lo que se plantea volver a su ciudad. Esta es una historia de amistad, de soledad, de migración física y sentimental, de cómo bailar es un consuelo, de cómo se construye una amistad que en algunos momentos te salva, a pesar de que ninguna de las dos personas hablan el mismo idioma y no se entienden. El director no necesita más que paisajes totalmente urbanos y un magnifico actor, Juan Daniel García, que constantemente lleva en su rostro la nostalgia por todo lo que dejó atrás, la indefensión que le causa el desarraigo y la alegría que le produce la música que le es familiar. No es una película de muchos diálogos, porque no los necesita, las imágenes y el lenguaje corporal de los actores, lo dicen todo. Es una historia que te va a acompañar por días en tu cabeza y puede que también en tu corazón.

 La cuarentena va llegando a su fin, parece que todo va mejor, ojalá que sea así. Aún nos quedan películas por y para ver. Hasta la próxima entrega. Cuidad y cuidaos, también por dentro viendo cine.

Pd.: este texto fue publicado inicialmente en Cocalecas.net La películas de mi cuarentena (VIII)

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